Se llama Luis y tiene el alma rota. Está en paro desde 2010, duerme en el albergue de San Juan de Dios y hace seis meses que perdió a su compañera. Tras años de lucha, la enfermedad no le dio tregua. Ella se apagó y él no encuentra consuelo. La voz le tiembla mientras cuenta su historia y toca al timbre del convento de de las Siervas de Jesús, en el distrito de l'Eixample. Dos monjas abren la puerta y a través de la reja negra le entregan una bolsa de plástico como si de un precioso tesoro se tratara. Y lo es. En su interior, dos bocadillos calientes, un refresco y algo de dulce, en este caso, unas galletas. «Mi comida del día», dice el hombre. Y una media sonrisa asoma. Y así, con su bolsa en la mano, desaparece entre las calles de una de las zonas más nobles de la ciudad. Antes de hacerlo, cabizbajo, da las gracias a las monjas y se despide hasta el día siguiente.

Por este convento de València muchas personas llaman al mismo timbre. El motivo lo muestra un cartel pegado en la puerta: «Se dan bocadillos de 9:30 a 11:00 de la mañana». La madre superiora, Sor Sagrario, explica el motivo del cartel. «Llevamos muchas décadas ofreciendo bocadillos a los más necesitados pero decidimos poner un horario porque al final nos pasábamos todo el día atendiendo la puerta y nosotras somos organizadas», explica. Organizadas y con un sinfín de tareas ya que la Congregación de las Siervas de Jesús, enfermeras y auxiliares de enfermería tituladas, ofrecen servicios de cuidados sin nada a cambio. La voluntad, en todo caso. «Guardias de amor», las llaman, una manera de velar por el alma de quienes sufren en silencio. Y es que estas monjas realizan servicios de asistencia a domicilio. «Si alguien precisa de cuidados específicos, nos llama y nosotras enviamos a una enfermera o a una auxiliar. Aquí no hay tarifas, lo tenemos prohibido porque nuestra congregación se dedica a eso, a cuidar a los más necesitados», explica.

A primera en levantarse

En el Convento de las Siervas de Jesús en la calle Salamanca hay 19 monjas. Sor Sagrario es la primera en levantarse y lo hace a las 5,30 horas, precisamente, para hacer unos 40 bocadillos que luego recogerán los más necesitados del barrio. Prepara los bocadillos con cariño. El pan lo reciben del banco de alimentos; la mezcla forma parte de su cena. «Hacemos más cena y así podemos hacer bocadillos al día siguiente. Si cenamos hamburguesas... Pues hacemos más y así tenemos para los bocadillos. Cuando están hechos los metemos en la nevera para que se conserven y cuando vienen a recogerlos los calentamos para que no se coman frío», explica. Si, además, necesitan ropa o calzado ellas también ayudan. «Recuerdo un chico joven que había venido desde Bulgaria para ver a su padre. Éste no quería saber nada de él y el pobre chico llamó a nuestra puerta destrozado. Le dimos comida pero también ropa y calzado. Le ayudamos a asearse. Hace poco volvió a llamar a nuestra puerta. No quería nada, solo darnos las gracias. Había conseguido un trabajo y quería que supiéramos que nuestra ayuda había sido clave para él. No hay mayor gozo que ayudar a los que lo necesitan, de verdad», relata.

Sor Sagrario conoce a cada uno de los usuarios que acuden al convento a por su comida caliente, metida entre dos trozos de pan. Habla de historias tristes, de vidas destrozadas y de personas solas. Muy solas. «A veces vienen familias pero suelen ser personas solas, hombres o mujeres que han sufrido mucho y siguen sufriendo. La calle es muy dura y la gran mayoría son personas sin hogar y sin familia. Por eso todos deberían, al menos, sonreírles. La gente pasa a su lado y los ignora. No se trata de que les ayuden... Es que podrían pasar por encima y ni se darían cuenta. La vida los ha maltratado y no se merecen más sufrimiento», concluye.