No estaba emparedado, sino sepultado en el suelo. Y, además, fue asesinado: recibió varias puñaladas letales. Así se desprende de la autopsia que iniciaron ayer los dos antropólogos forenses con que cuenta el Instituto de Medicina Legal de València y que aún se prolongará por espacio de varios días, ya que el cuerpo hallado el pasado sábado en un edificio de la calle Vicente Zaragozá, en el valenciano barrio de Benimaclet, está seriamente dañado, tanto por el efecto del tiempo transcurrido desde la muerte como por las precarias condiciones de enterramiento.

De momento, el grupo de Homicidios de la Policía Nacional aún no ha podido establecer la data de la muerte, que, en principio, se situaría hace algo más de siete años, alrededor de 2010. Tampoco se conoce la identidad de la víctima, pero varios datos permiten pensar que podría tratarse de un inmigrante procedente de un país del Este.

«Un hombre fuerte con tatuajes»

Pocos vecinos del inmueble donde fue encontrado el cuerpo el pasado sábado, un edificio de 36 viviendas distribuidas en nueve plantas y ocupado mayoritariamente por jóvenes universitarios, pueden aportar datos relevantes sobre el histórico del piso que ocupa la puerta 3, en la primera planta.

«Aquí la mayoría son estudiantes e inmigrantes... Cambian mucho las caras y muchos no tienen recuerdos más allá de unos meses o, como mucho un año. Propietarios de toda la vida quedamos ya muy poquitos...», explica una vecina del inmueble que prefiere mantener el anonimato.

Esta mujer y su marido son casi los únicos -de los que tienen información y acceden a hablar con Levante-EMV- que recuerdan al último inquilino de la puerta 3. «Era de un país del Este, creo que ucraniano, o algo similar... No hablaba mucho, era un hombre alto, de complexión fuerte y estaba lleno de tatuajes. La verdad es que imponía», describe. Un buen día dejaron de ver a ese inquilino, pero su marcha no resultó sospechosa, precisamente por el trajín constante de vecinos de la finca, algo habitual en muchos inmuebles del barrio.

Una tumba de ladrillos y cemento

El cadáver, totalmente esqueletizado, fue encontrado dentro de un construcción de 1,60 metros de longitud y apenas 50 cm de altura, levantada con ladrillos y rematada con una gruesa plancha de cemento en un recoveco del patio interior al que únicamente hay acceso desde el piso.

La tumba fue descubierta casualmente por los albañiles que los actuales propietarios habían contratado para ejecutar la reforma integral de la vivienda, que iba a ser destinada al alquiler por habitaciones para estudiantes en programas internacionales de intercambio.

Fue el sábado, sobre las seis de la tarde, cuando los obreros encontraron los primeros huesos, después de picar el cemento que cerraba la construcción. Alertaron de inmediato al dueño, quien comprobó que los restos eran humanos y acudió a la comisaría de Exposición para denunciar el hallazgo.

Agentes de la Policía Científica y de Homicidios se desplazaron al lugar. Al completar el desenterramiento, se toparon con el cuerpo, totalmente destrozado y en pésimas condiciones de conservación, entre otras cosas, por la intensa humedad acumulada en el interior del receptáculo.

En el interior, además de los huesos, la policía recogió no solo la ropa que aún conservaba el cadáver -un pantalón azul con cinturón oscuro y una cazadora del mismo color-, sino también una multitud de prendas, posiblemente pertenecientes a la víctima y que su verdugo enterró con el fallecido en un intento por borrar su rastro en caso de que una denuncia por desaparición llevase a la policía hasta el piso.

Así mismo, había cajas de cartón y efectos personales, posiblemente de la misma persona, que el asesino arrojó al interior de la tumba para hacerlas desaparecer.