«Es el pañuelo». Esa fina y, en ocasiones, colorida prenda que, según qué miradas, puede llegar a convertirse en la losa más tupida y pesada que una mujer pueda portar sobre sus hombros. «Una prenda que identifica a la mujer en la sociedad occidental como musulmana y que, a veces, produce molestias en las sociedades laicas», lamenta Yasmina Lalmi.

Yasmina es bereber. Llegó a València en 1996, con apenas 26 años y embarazada de Kauzar, huyendo de la «década negra» argelina. Cruzó la frontera con el título de socióloga bajo el brazo. Pero quiso más y, al asentarse en València y dar a luz a su primera hija, decidió sacarse el doctorado. Un proceso que aún está en trámites porque hicieron falta más de diez años para que se le adjudicase un tutor.

Mientras esperó, esta socióloga trabajó como costurera, traductora para la policía y en 2006 inauguró una tienda de moda femenina «para que las mujeres musulmanas de València tuvieran un lugar donde sentirse cómodas y relajadas», explica. Pero no duró mucho porque empezó a investigar sobre la conciliación de la vida familiar y la vida laboral de las familias musulmanas en la ciudad. Tema que expuso en el Congreso de Sociología de Género celebrado el pasado jueves y viernes en la Facultad de Ciencias Sociales de la UV, donde intervinieron casi 200 profesionales.

En su ponencia, varios datos despertaron la inquietud y sorpresa de quienes la escuchaban: en Argelia, las mujeres embarazadas pueden acortar su jornada laboral a seis horas sin reducción de sueldo; en una entrevista de trabajo no les está permitido preguntarles sobre sus planes de maternidad porque, «según nuestra cultura, se supone que todas tendremos hijos»; además, el personal de recursos humanos suelen ser mujeres; y según datos de la Oficina Nacional de Estadísticas, el salario mensual de ellas es más alto que el de los hombres debido a razones de cualificación, no al sexo, dado que «ellas suelen formarse durante más tiempo que ellos», indica.

«Tampoco la mujer está obligada a dejar su trabajo cuando tiene hijos porque para eso está la red familiar», explica. Sin embargo, cuando llegan a España esa red de apoyo con la que contaban se pierde. Sabrina, una de las entrevistadas de su tesis doctoral asevera que «en el Islam, el trabajo doméstico no está asignado a la mujer, sino a todas las personas que viven bajo el mismo techo», pero que, sin embargo, «la mujer musulmana en su sociedad de origen es a veces víctima de violencia machista, lo que le complica conciliar la vida laboral con la familiar, ya que el hombre le obliga a encargarse de las tareas de casa». Por ello es que en Argelia, las mujeres son un 20 % del total de la población activa.

Esta mentalidad machista ha provocado el aumento de las separaciones en el mundo árabe. De hecho, Yasmina explica que, en Marruecos, un tercio de los matrimonios vinculados en verano terminan con el divorcio antes de invierno.

«El hiyab nos cierra puertas»

Sin embargo, «cuando la mujer musulmana emigra a occidente, suelen imponerle que se quite su prenda legítima, le dan un trabajo menos cualificado por ser migrante, con la disminución de sueldo que eso implica, a pesar de tener una buena formación», explica. «Todo ello en caso de que le otorguen un trabajo, porque cuando ponemos nuestra fotografía con hiyab en el currículum, sabemos las miles de puertas que se nos cerrarán», narra. «Es el racismo lo que limita la conciliación laboral», denuncia.

Y lo cuenta con la mirada cargada de frustración, de quien pretende explicar en 30 minutos todo el sufrimiento por el que pasan las musulmanas cuando se acercan al mundo occidental. Interrumpe, sin embargo, el relato para llenar de nuevo la taza de té: «Si las mujeres valencianas ya tienen dificultades para conseguir un trabajo, ¿cómo íbamos a ser nosotras menos?».