Alejandro Mañes

Con la brillantez del austero, con la modestia del funcionario que lleva décadas sirviendo al Estado y a la comunidad internacional, con un tono profesoral acrecentado por la tensión en un ojo que le cerraba el párpado, sin la demagogia de tener que recurrir al recurso fácil de los temas que no le son propios, y con la seguridad que da haber servido con idéntica lealtad a anteriores presidentes de Gobierno como Leopoldo Calvo-Sotelo y Felipe González, llegó Solbes. Y con él, se acabó la diversión y mandó parar a quienes creían que la política económica del Gobierno era fácil de batir.

Frente al desconocimiento de algunos de los que apostaban por la inferioridad de Pedro ante el empresario revestido de político, estaba la seguridad de quienes desde Valencia conocen bien a Solbes, y su probada capacidad profesional.

Desde sus tiempos en la Delegación Regional de Comercio, con la creación con Julio de Miguel del Comité de Gestión de Frutos Cítricos, o con su asistencia permanente a la Cámara de Comercio y a la Feria de Muestras de Valencia en las presidencias de José Antonio Noguera de Roig y Ramón Cerdá, y también con su colaboración decisiva en los estudios relativos al impacto para los sectores valencianos por la entrada de España en las Comunidades Europeas, recogidos en la publicación, "La indústria valenciana davant el mercat comú", presentado en la Real Sociedad Económica de Amigos del País con su director, Joaquín Maldonado, de anfitrión, y Vicente Iborra, como Presidente de la Confederación Empresarial Valenciana.

Aquí, a Pedro Solbes, se le conoce bien. Ya lo dijo, entre otros, Francesc de Paula Burguera, cuando en el pasado, algunas voces, desde las filas del Partido Popular, le cuestionaron como miembro de la Comisión Europea.

Como también lo avaló desde Madrid, Carlos Espinosa de los Monteros, que por entonces era presidente para España de Mercedes Benz, y conocedor de su compromiso empresarial. Y como pudo acreditar el propio Pedro Solbes, meses más tarde, ya como comisario de Economía en Bruselas, donde la política económica por él impulsada llevó a la convergencia de los países menos desarrollados, entre otros, el nuestro.

Allí, Pedro dejó huella y afectos, y sólo su ponderado criterio le permitió obviar con solvencia las críticas injustas que objetaron a su nombramiento, como sucedió la otra noche con el ejercicio de responsabilidad que realizó, en el debate televisivo, ante algunas de las inconveniencias referidas por el candidato popular, como la imputación relativa a la financiación de grupos terroristas.