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la ciudad de las damas

La república nos hace florecer

En la historia reciente de España hay demasiados episodios vergonzosos e injustos que intentamos olvidar. Una aspiración que no tiene nada que ver, sino todo lo contrario, con quienes pretenden esconder sangrientos e inhumanos sucesos que ningún tribunal ha juzgado jamás.

En el aniversario de la II República proliferan sentidos recordatorios que quizás no evocan tanto la forma de gobierno, como los valores que la República sigue simbolizando para muchas personas. Quizás el Himno de Riego desafine o el sombrero de Azaña resulte anticuado, pero la transformación social que supuso, representa la respuesta a muchas preguntas que hoy nos seguimos haciendo. Por eso el sentimiento republicano que se exhibe por estas fechas, no se basa en la nostalgia estéril ni se fundamenta en simple progresismo barato. Hay algo más.

En 1930, casi el 45% de las mujeres eran analfabetas. Las que trabajaban fuera de casa, un ridículo 24%, eran una aplastante mayoría de mujeres solteras y viudas a las que no les quedaba otro remedio si querían sobrevivir. Las casadas, para poder trabajar, necesitaban el permiso del marido y no podían disponer libremente de su salario. La mujer era un venerado y casi invisible objeto, con utilidades claramente asignadas e irrenunciables, al que se negaba la existencia como ser humano dotado de mente y ambiciones. Los espacios públicos le eran negados, la aspiración de autonomía era pecado y el deseo de independencia, una traición a su destino. Iglesia y Monarquía ejercían un férreo control sobre las voluntades y los sentimientos.

La llegada de la República con su flamante Constitución y sus leyes rompieron en mil pedazos la urna de cristal donde miles de mujeres vivían asfixiadas. Salieron y respiraron en un nuevo país que reconocía a las mujeres como ciudadanas, aboliendo los privilegios que trazaban gruesas líneas divisorias entre mujeres y hombres.

Conocemos porque nos lo han contado en películas y series, la historia de la modistilla cabezona, Clara Campoamor, que consiguió los votos necesarios para que las mujeres votaran, pero hubo otras modificaciones legislativas que permitieron que las mujeres tuvieran cargos públicos o pudieran casarse por lo civil o divorciarse por propia decisión. Se les permitió tener la patria potestad de los hijos y se suprimió el delito de adulterio que inexplicablemente sólo se aplicaba a la mujer. El trabajo femenino se reguló protegiendo la maternidad, tan ensalzada y castigada a la vez, en un magnífico ejercicio de hipocresía que a día de hoy se produce exactamente igual.

Es cierto que las leyes no cambian por sí mismas la realidad pero colocan una alfombra roja por donde pasearon las mujeres pisando cada vez más fuertes, más seguras. Un claro ejemplo son las maestras republicanas, mujeres valientes y atrevidas que no sólo ejercieron sino que pretendieron enseñar a vivir la libertad a toda una sociedad lastrada por formidables prejuicios sexistas. Ellas fueron las responsables, en buena medida, de la construcción de la nueva identidad ciudadana, al educar a su alumnado en los valores de igualdad, libertad y solidaridad.

La II República hizo mucho por las mujeres, pero también las mujeres hicieron una enorme aportación a la República. Sacó a las mujeres a bailar y las levantó de las sillas donde esperaban pasivas y aburridas que alguien las invitara a la fiesta. Y ellas aprovecharon su oportunidad, aunque cuando cesó la música su recompensa fue escasa y el precio pagado muy alto.

A día de hoy, las mujeres del 2015 siguen empeñadas en conquistar el futuro y se sienten herederas del entusiasmo cívico de las mujeres republicanas. Ese es el mejor homenaje que se les puede hacer.

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