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Calor

Habría que romperle las piernas al próximo ser humano que hable del calor que hace. Es verano y hace calor. Mucho calor, es verdad. Y en Xàtiva, más. Pero con todo, no es suficiente razón para permitir que el tema meteorológico monopolice conversaciones, tiranice las emociones y contamine todas nuestras sensaciones convirtiéndose en una especie de discurso único del que nadie puede escapar. Pareciera que nuestras neuronas se licúan hasta el punto de que estando vivos, pero chorreando, solo un tema nos ocupa y nos preocupa, que es el maldito calor. Todo gira en torno a los valores que indica el termómetro aunque no es precisamente emocionante observar cómo sus valores se mantienen estables día tras día, con pequeñísimas oscilaciones que hay quien controla como si determinaran el fin de la Humanidad. O peor aún, el tema se centra en fenómenos fisiológicos como la sudoración, cuya cantidad y calidad todo el mundo se empeña en compartir. Proliferan ocurrentes referencias a la extinta Rita y su patinazo calorífico o divertidas anécdotas sobre los sofocones de nuestro flamante tripartito inmerso en esa novedosa relación amor-odio que exige duchas frías para rebajar las inevitables tensiones. Y sin embargo el verano es mucho más que el calor. Una señal inequívoca de la estación que vivimos podría ser la cantidad de piel desnuda que enseñamos. Hay edades de la vida, en que es evidente el deseo de exhibición del propio cuerpo. Véase a las adolescentes, que no conocen de estaciones ni de climatologías, y enseñan el lomo en pleno invierno , o visten minifaldas imposibles en Nochevieja, dispuestas a sufrir, por presumir, la pulmonía que haga falta. Pero con la edad adulta, incorporamos el chip del recato, el del sentido del ridículo y algún otro mas, y aprendemos a cubrirnos, a taparnos, como táctica protectora ante los peligrosísimos virus del frío, a modo de recurso defensivo que encubra nuestras imperfecciones físicas, y sobre todo, para conseguir un disfraz a la medida de la imagen que queremos dar. Pero llega el descocado verano y los hombres destapan sus velludas y desconocidas piernas e incluso algunos se abonan valientemente a esas fantásticas camisetas de tirantes que sólo favorecen a James Dean. También las mujeres, que han aprendido a convivir consigo mismas superando la fase de la necesidad compulsiva de aprobación y admiración ajena, se reencuentran con partes de su anatomía casi olvidadas , oreando al sol zonas de la piel delicadas y recónditas que durante meses no han visto la luz.

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