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Depende, ¿De qué depende?

Un amigo que recientemente se maravillaba acerca de cómo podía caminar por el centro de Valencia, seguramente porque sus técnicos municipales se han esmerado, cuando no concienciado, en afilar el suelo urbano para que los que como él se desplazan sobre ruedas no contaminantes, técnicamente llamados discapacitados, llegaba a la conclusión de que su vida móvil dependía de la sensibilidad de los gobernantes de una ciudad. Pero también de la pericia, vocación y sensibilidad con la que los técnicos municipales de turno pongan en el asunto.

Así, cuando mi amigo compara otras ciudades del mundo por donde se ha movido con su Ontinyent natal en el sensible tema de la eliminación de barreras, y no solo arquitectónicas, sino además en las mentales de la sociedad, encuentra que los chips del personal en esta materia precisan de un reseteado mental. Y aunque en materia de barreras urbanas la ciudad saca un aprobado, es evidente que según a que ciudades se la equipare la calificación puede ascender o bajar. Lo que más le fastidia es que no sabe como plasmar sus ideas en verbo inteligible para que, empezando por los regidores del lugar, puedan debatirlas, presupuestarlas y, si se sellan favorablemente, llevarlas a término.

Aunque el anterior gobierno ontinyentí —PSPV y Compromís—, sacó pecho porque a los que andan sobre ruedas en la piscina municipal de verano por fin habían dado un paso sobre la adaptación del recinto, construyendo un wáter (como se escribía antes en las estaciones de tren) como es de ley. Un decir, porque él duda que la normativa diga que no se coloquen interruptores de apagar y encender la luz y, en su lugar, cada minuto de encenderse automáticamente la luz se apague y vuelta a empezar. Que para descargar el agua en el inodoro haya que apretar fuertemente un gran botón metálico, y que si ese día andaba flojo de fuerzas lo natural es que sus intentos fueran vanos. También dice que es novedad la construcción de una ducha para minusválidos. La única observación que apunta es que, como se debió terminar el presupuesto, solo construyeron uno. Que hace las veces de unisex. Aunque para no discriminar lo han ubicado en el vestuario de mujeres del Polideportivo. Lo mejor de la flamante construcción está en su interior, ya que mi amigo dice que la primera vez que se duchó se sintió como el actor Fernando Tejero en la película El penalti más largo del mundo, aunque en su caso fue la ducha. Ya que mientras en una mano sostenía el dispersor de agua, en la otra iba aporreando un duro metálico botón de paso de agua que, a cuenta gotas, alternando con el gel y una esponja, al final y tras una titánica pugna, consiguió salir duchado. Mi amigo también tiene el vicio de rodar la ciudad por aceras y pasos de peatones. Aunque dice que se ve obligado a cruzarlos con ojo avizor, ya que no son pocos los conductores que en vez de frenar, al verle, aceleran. Otras veces tiene que sacar una extrema habilidad para sortear una de las más felices ideas urbanas, las terrazas, instaladas en estrechas aceras. Por no seguir con las motos y vehículos que invaden las aceras. Aunque para permisividad en invasión del espacio público, la que gozan las comparsas no tiene parangón.

P.D. Este relato fantasioso es bastante light comparado con la realidad.

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