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Cuando en Ontinyent estalla la fiesta

Cuando ya la generalidad de municipios valldalbaidins han hecho estallar la última carcasa de despedida de sus fiestas mayores y veraniegas, toca hacer, no diré qué balance, porque la evaluación de las explosiones emotivas trufadas de tradición no es un asunto de dígitos contables. Pero si podemos convenir en que toca mirar y glosar el contexto festivo desde otros colores y otros cristales, distantes a los que nos han llovido informativamente en los últimos días. El caso a comentar, por su relieve comarcal, compete a Ontinyent.

Y es que al margen de balances oficiales, la realidad, vista a pie de calle, ofrece diferentes lecturas y otros puntos de vista. Empezando por el acto que abría la larga semana festera, es decir el pregón de fiestas, un acto vestido de acartonamiento, banalidad y florilegio verbal, cuando no formal y de vestimenta, que rozaba con lo decimonónico, más que con el siglo XXI. Dicho acto clama a voces que se le impregne y revierta, en el fondo y las formas, de modernidad, acorde con los tiempos que corren. Un prolegómeno que sigue arrastrando una irresoluta contradicción, ya que si se quiere exportar la fiesta allende de territorio autonómicos o de fronteras nacionales, deberán apostar por un lenguaje de excelencias ciertas y por una promoción de rango global, abandonándose los guiños a familiares y amigos, o recurriendo a los tópicos emotivos domésticos del lugar.

Después se siguen echando de menos que en las jactanciosas proclamas y balances, aventados desde el gobierno municipal, se desmenuce la letra pequeña en saraos como el de Pablo Alborán. Es decir, las cuentas varias, en aras de la transparencia como preconizan. Algo similar a lo que sí hicieron en el caso del Meruts. Porque, en rigor, titulares como «Ontinyent bate récord de espectadores con el concierto de fiestas de Alborán», no pasan de ser un bluf, desguarnecido de avales de enjundia.

Cargos valencianos

Desde la instauración de la autonomía valenciana que la tribuna del ayuntamiento, instalada para presenciar la entrada de Moros y Cristianos, no había contado con tanto cargo representativo de las diferentes administraciones valencianas, como ha sucedido este año. Un fenómeno que cabe atribuir al efecto Jorge del pasado 24M. Tres consellers, más el presidente de Les Corts, amén de los alcaldes de Xàtiva, Gandia y Dénia, así como una amplia representación del mundillo empresarial valenciano, se dieron cita en el evento festero ontinyentí, a mayor gloria de su anfitrión político y alcalde, Jorge Rodríguez.

Más oferta de orquestas

Si en la década de los 60, los adolescentes de aquella época que suspiraban por los Brincos, Beatles o Rolling Stones, no entendían que un año tras otro se programase en la Glorieta en fiestas por parte de la Sociedad de Festeros a la orquesta los Serenade con Bernardino, sorprende que en estos tiempos, presuntamente de trasparencia y democracia, el ayuntamiento, encargado de dichas programaciones, venga ofertando un año tras otro a la Orquesta Montecarlo sin mediar justificación alguna, cuando el mercado competitivo en dicha área musical es tan amplio.

Rodríguez en las procesiones

Donde el gobierno de Rodríguez sigue sin mojarse, dejando que le tomen la delantera homónimas como la alcaldesa de Gandia, Diana Morant, es en las procesiones religiosas, ya que continúa ofreciendo la peor imagen nacional-catolicista del franquismo, como ignorando las casi cuatro décadas de Constitución democrática aconfesional. Amén.

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