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Cartas desde el desierto

Amores

Eché de menos la palabra España en la ceremonia de investidura del nuevo alcalde, digo ahora, que han pasado sobradamente los cien días de cortesía desde aquel pleno de la Corporación Municipal. No se la nombró ni una sola vez. Y de eso todos somos culpables. La mitad de los concejales porque, cumpliendo con el guión escrito, nos limitamos a jurar o prometer nuestros cargos, y allí no aparecía. Otros, que prefirieron ir por libre, tampoco lo hicieron. El ala izquierda del espectro político de la Corporación no se atuvo al guión y aprovechó la ocasión para endilgarnos varios mítines, repetidos, uno por concejal, y plagados de lugares comunes y retórica izquierdista. No creo que fuese el momento adecuado pero, en fin, nada que objetar excepto el comienzo, el consabido sonsonete de acatar «por imperativo legal» la Constitución, fórmula inventada en tierras vascas en años de infame memoria.

Pero, siguiendo con el razonamiento, lo más llamativo para mí fueron sus declaraciones de encendido amor a la Costera, comarca que nos concedieron sin ton ni son hace tres décadas, cuando una serie de políticos insensatos decretaron la completa «comarcalización» de las tierras valencianas, ciscándose en algunos casos en la Historia y en la Geografía. Ni que decir tiene que a ciudades antiguas e importantes, como Valencia o Xàtiva, primera y segunda ciudad del reino, hacerlas capitales de l'Horta o de la Costera —Xàtiva nunca había ni siquiera pertenecido a la Costera— suponía, además, una reducción al absurdo. Cuando un setabense ilustre allí presente intentó reconducir el desvarío, fue llamado al orden contestándole que si todos se ponían tan quisquillosos no podrían irse a almorzar a tiempo aquellos prohombres. Suena a chiste pero, por desgracia, es verdad. Y desde entonces, Xàtiva forma parte de la Costera, de la que es capital.

Contrasta, decíamos, tanto amor a la Costera —que no decimos que esté mal, aunque es peligroso, porque el español tiende a confundir el legítimo amor al terruño o a la patria chica con nacionalismo— con el escaso amor a España, a quien nadie mencionó. En sentido geográfico llevamos tres mil años formando parte de España, y en el político quinientos. A la Costera, a trancas y barrancas, alrededor de tres décadas. No hay punto de comparación. Pero es sabido que el amor es ciego, no entiende de edades y, lo que es peor, no atiende a razones.

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