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la ciudad de las damas

lacitos color rosa

Es genial ver a tanta gente gente corriendo en la misma dirección, como ocurrió en Xàtiva el pasado fin de semana. Cualquier causa que se sustente en valores solidarios merece todos los respetos, en la medida que planta cara a ese maldito individualismo impuesto por el liberalismo económico. Así consiguen condenarnos al aislamiento haciéndonos , en nuestro egoísmo, débiles, vulnerables y además infelices. Dicho esto, hace falta añadir también, que el cáncer es una enfermedad que compromete la supervivencia de las personas y no se cura con un lazo rosa. Hace falta recordar, para empezar, que la enfermedad se presenta con muy diferentes tipologías y todas merecen la misma solidaridad social, por más que el cáncer de próstata resulte menos fotogénico que el de mama. En ese sentido, es un acierto que los fondos recaudados en la carrera de Xàtiva se destinaran a la investigación sobre el cáncer de colon, aunque el detalle haya pasado bastante desapercibido.

También es preciso reflexionar que ante la enfermedad, el único objetivo posible es la curación. Y aunque sea innegable el valor de la prevención, hay gran diferencia entre constatar la presencia del mal y conseguir su curación. El cuidado de la salud de la ciudadanía es una obligación de los poderes públicos, y por ello no se puede consentir que deleguen astutamente su responsabilidad en la conciencia colectiva, mientras que eliminan de su agenda política objetivos fundamentales como el fortalecimiento de la sanidad pública. Existe además, una especie de silencio pactado que oculta preguntas delicadas, como las que se refieren a las causas de la enfermedad. Porque la manera más efectiva de protegerse de la enfermedad es, sin duda, evitar que llegue a producirse, sin restar importancia a la identificación precoz que aumenta las posibilidades de supervivencia. Pero hay pocas investigaciones y menos explicaciones de las causas y su posible relación con hábitos de vida, alimentación y consumo, quizás porque más de una multinacional del campo de la salud, o de la cosmética, dejaría ver algunas de sus vergüenzas.

Lo cierto es que las grandes compañías farmacéuticas, que no son precisamente ONG's, tiendan a mercantilizar la enfermedad invirtiendo en mercadotecnia rosa para conseguir crear una falsa sensación de festividad y obviando que no hay lazo, ni carrera, ni cosmético, ni producto que posea el poder mágico que permite reencontrar la salud perdida. Eso sólo se consigue con tratamientos y medicamentos que serán posibles en la medida en que primen la investigación científica sin regatear medios económicos o humanos. De ahí la necesidad de hilar muy fino a la hora de invertir los ingresos derivados de la solidaridad colectiva para que en ningún caso mejoren la cuenta de beneficios de alguna empresa.

Si es así, bien. En el campo de lo subjetivo, también habría que reconocer a las personas enfermas, el derecho a que no sea trivializado su malestar, ni se les niegue el derecho a una información correcta, relevante, accesible, efectiva y basada en la evidencia científica. A veces, el amor es la causa de la presión ejercida, exigiendo actitudes triunfalistas, energías positivas y sonrisas ante la desgracia que, sin embargo, son una carga añadida al desgaste emocional sufrido por la persona enferma. Ellas necesitan, y es cuestión de vida o muerte, tratamientos eficaces, recursos públicos y servicios de apoyo para sobrevivir. Y proporcionárselos es responsabilidad de los poderes públicos, que asumen entre sus compromisos básicos, el cuidado de la salud. Si queda establecida esta premisa, bienvenidas sean todo tipo de carreras y maratones, lazos y pancartas en muestra de solidaridad .Pero nunca antes, ni en sustitución.

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