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la ciudad de las damas

LA OTRA MUERTE DE AYLAN

No hace demasiadas semanas que Xàtiva vibraba, como otras muchas ciudades, ante unas dolorosísimas imágenes de criaturas muertas en la playa. Fue el síndrome Aylan, que llegó y se fue, casi de igual forma que ese niño de vida tan corta y desaprovechada. Desde entonces hasta ahora, esas personas, que llamamos refugiadas y al parecer pierden su identidad cuando entran muy a su pesar en esa categoría, no han sido abducidas por un marciano, ni han vuelto a vivir felices en sus hogares. Siguen muriendo en las playas, hacinadas en campamentos, malviviendo en la desesperación y el abandono, con sólo una variación: ahora no salen en la tele.

Los datos constatan, igual que algunas ONGs muy meritorias y muy cabezonas, que la crisis de personas refugiadas que vivimos no tiene precedentes en la Unión Europea desde la II Guerra Mundial. Que Europa ha sido invadida por un ejército infantil desnutrido y maltratado formado por 225.000 criaturas que llegan tras un viaje infernal. Y que han de agradecer su suerte, porque sólo en los dos últimos meses 70 menores han muerto en el Mar Egeo, sin que nadie les haya hecho una puñetera foto. La foto de Aylan, que de algún modo los personificaba a todos, hizo saltar las alarmas y generó un movimiento solidario que evidenció la mejor y quizás única cualidad que nos hace humanos: la capacidad de reconocer y actuar ante el dolor ajeno.

Sin ir más lejos aquí, en Xàtiva, se celebraron reuniones del más alto nivel, para articular una respuesta ciudadana eficiente y responsable. Se montaron comisiones, seofrecieron recursos, se abrieron los brazos para que las personas que lo necesitaban encontraran en nuestra ciudad el refugio que buscaban. A estas horas, sólo se detecta un fallo en la programación. Los refugiados no llegan. Sólo 12 han llegado a este país, con lo que no toca ni a uno por comunidad autónoma. El asunto resultaría cómico,en clave berlanguiana, si no fuera porque esa ausencia fundamental se debe a la inacción de quien debía atenderlos, distribuyéndolos en los países que se habían comprometido. Una parálisis nada inocente de quienes habitan ese limbo que debe ser la política de alto nivel, donde lo que mandan son las cifras y no las personas, y más si son pobres, sin patria y además no votan.

El asunto tendría su gracia, si no fuera porque despreciar la buena voluntad de la ciudadanía es un insulto a su inteligencia y su espíritu solidario y un crimen añadido a las personas que dependen de él para sobrevivir. Han sofocado la ola de humanidad con trapicheos políticos incomprensibles e inaceptables para quienes querían dar comida y calor a personas que lo necesitaban. Ahora además, el sangriento atentado de París reabre el debate sobre los refugiados colocándolos, no en el centro del escenario, sino como personajes de reparto que se cuestionan desde la desconfianza, haciendo resurgir fantasmas desde el miedo más irracional. Países como Polonia se desdicen de sus compromisos, o se hacen los remolones atendiendo a esa parte de la opinión pública que ya no quiere sentar a un refugiado en su mesa porque teme que sea un terrorista infiltrado. Donde hubo amor, ahora reina un pavor irracional que cierra las fronteras, y a veces, idiotiza a quien lo sufre.

Continúan esperando una respuesta que les proteja. Así que ientras el mundo recupera la razón, el valor y la humanidad, más de 200.000 criaturas que han sido heridas por el fuego de francotiradores y atacadas con misiles, que han experimentado como nadie, la destrucción y la violencia, continúan esperando una respuesta que les proteja del frío y del hambre.

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