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Cartas desde el desierto

Tabernas

Hace muchos, muchos años, se consideraba que una ciudad equilibrada debía tener el mismo número de tabernas que de iglesias. El resultado de tal aserto podía ajustarse tan poco a la realidad como el de la mayoría de estadísticas actuales. Pero sobre ellas tenía la ventaja de que, al menos, era difícil de «precocinar». La gente de entonces, mucho más sencilla y confiada que la de hoy, tampoco se preguntaba si en el cómputo se había distinguido entre «hostales» y «tabernas», o si las iglesias de los conventos también se habían tenido en cuenta.

En la Xàtiva clásica, las tabernas se concentraban en la zona de la Seo, mientras que los hostales lo hacían en el barrio de las Barreras. A finales del siglo XVI su número alcanzó cifras que tardarían mucho años en superarse. En 1590 se contaban nueve hostales (tres en el barrio de Santa María, uno en Santa Tecla y cinco en las Barreras). Y en 1596, once tabernas (seis en Santa María, dos en Sant Pere, dos en Santa Tecla y una en las Barreras). Se mire como se mire, la proporción con el número de templos setabenses, se mantenía. En nuestros días, sólo entre la plaza de España y la de la Bassa existe casi medio centenar de bares, cafeterías, pubs? Eso sin contar los de otras plazas, como la del Mercado, o los diseminados por los diferentes barrios. Es decir, ni juntando iglesias, locutorios, casas de la cultura, asociaciones falleras, clubes de fútbol, sociedades protectoras de animales, museos, peluquerías caninas, etc., llegamos a una relación equilibrada.

Esa desproporción comenzó hace no muchas décadas, cuando a alguien se le ocurrió la brillante idea de que ya que nuestros mimbres no daban para un Silicon Valley, o que los setabenses no eran muy aficionados a la ingeniería aeroespacial —y una NASA era inviable en Bixquert—, nos íbamos a dedicar al sector «servicios». En la práctica, dicha vocación servicial se tradujo en el cierre de tiendas clásicas y la fundación sin orden ni concierto de bares, baretos y baruchos de toda índole y condición, para que holgasen a sus anchas ganapanes y merluzos comarcanos, niñatos asilvestrados en sus ruidosas amotos, y alguna que otra persona sensata, todo sea dicho, los fines de semana. Si alguien puede pensar en construir el futuro económico de la ciudad sobre esas bases, que lo olvide.

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