Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

la ciudad de las damas

DE ACUSICas y SOPLONES

Ds difícil encontrar puntos de coincidencia con personas situadas muy lejos de la propia experiencia personal que enfocan la vida de una forma totalmente ajena a la nuestra y que manejan valores y principios que no compartimos en absoluto. Que participan de una ética y hasta una estética, que nos resulta extraña e incluso rechazable. Pero, a pesar del ejemplo dado por quienes llevan semanas deshojando la margarita de la política nacional, es posible encontrar esa confluencia, a la luz de las últimas declaraciones del señor Marcos Benavent, realizadas al salir de los Juzgados donde tan amablemente ha acudido a seguir volcando basura sobre sus antiguos camaradas. Dice este buen señor, por llamarlo de alguna manera, que no se arrepiente de lo que ha hecho y recomienda encarecidamente, de forma genérica en apariencia, pero quizás con destinatarios muy concretos, que denuncie todo aquel que pueda hacerlo. Y es un buen consejo, que si fuera seguido al pie de la letra, en cualquier caso y circunstancias, sin atender a componendas, lealtades y dependencias nos haría andar a todos bien tiesos, en lo que se refiere a transgredir, siquiera un milímetro la fina línea roja que separa lo correcto de lo indebido.

En su caso, es previsible que la denuncia se sustente en un arrepentimiento donde hay bien poca contrición y un escasísimo propósito de enmienda, más bien condicionado por la penitencia que se le viene encima. Pero viene al pelo para determinar si la denuncia es positiva o sólo una forma de fastidiar y, por tanto, si el denunciante es un héroe o un villano. Porque por una parte, es cierto es que la figura del denunciante no tiene muy buena prensa en la sociedad que vivimos. Denunciante es sinónimo de acusica y tiene mucho más prestigio esa figura rebelde que sale en las películas y se niega a decir quien ha roto el cristal, o robado el dinero o estrellado el coche aguantando estoicamente castigos inmerecidos antes que denunciar al gamberro, al ladrón o al violento que realizó la acción.

Nos han acostumbrado a identificar al denunciante con el chivato, gente cobarde y falsa que no es digna de confianza, y por ello no sólo el mensajero, sino el mensaje se suele recibir con reticencias y desconfianzas. Y eso viene muy bien a algunos para que sus fechorías queden impunes. Otras veces, sin embargo, el denunciante se presenta como una especie de llanero solitario, un justiciero anónimo que lucha contra las arbitrariedades y abusos buscando su eliminación, aunque el empeño le cueste la salud, el trabajo e incluso la vida. Un héroe iluminado digno de admiración, pero muy caro de imitar.

Silencio cómplice. En cualquier caso, resultaría enormemente beneficioso para la convivencia, para la salud democrática, e incluso para la autoestima personal que la permisividad y el silencio cómplice fueran actitudes excluidas de nuestro comportamiento social. Y que se entendiera como un acto de responsabilidad y de solidaridad, no sólo la denuncia que se produce ante la mala acción, sino la crítica previa fundamentada y constructiva planteada abiertamente y libre de segundas intenciones oscuras o poco legítimas. La denuncia posterior o la crítica previa, ante cualquier comportamiento arbitrario o improcedente, debería ser un mecanismo habitual, socialmente aceptado y valorado positivamente que no debía causar tensiones y crispaciones innecesarias, excepto a quienes se creen infalibles y libres de todo cuestionamiento. Si la ciudadanía fuera activa colaboradora y dejara de ser espectadora pasiva ante abusos y arbitrariedades es seguro que la justicia para todos entraría por la puerta tan rápido como la impunidad para algunos saldría por la ventana.

Compartir el artículo

stats