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la ciudad de las damas

un BÁLSAMO SOLIDARIo

Hay temas resbaladizos sobre los que sería más cómodo no opinar, y ni siquiera pensar. Pero lo malo es que cuando se acumulan, pueden causar tal montaña de malestar y desasosiego que finalmente, la convivencia con una misma se convierta en un permanente ejercicio de huida para no ver nuestra indigencia moral. Refugiados. Ese es el tema. Y refugiadas. Porque no hay que olvidar que las personas refugiadas, como los ángeles, tienen sexo, y ello implica para las mujeres algunas circunstancias añadidas a su penosa experiencia de refugiadas, que normalmente se obvian. Por eso las ONG que trabajan sobre el terreno no dejan de alertar de que las mujeres que iniciaron esa travesía horrible, haciéndose cargo de sus criaturas son además, objeto de malos tratos y abusos en una vivencia donde no hay reglas ni prohibiciones. En todo caso, la muerte, sólo en 2015, de 3.600 personas en el Mediterráneo según OXFAM Intermón, ha conseguido conmover a una sociedad que se dice civilizada y va dando lecciones de convivencia a otras realidades culturales.

Y sin embargo? ¿Qué hemos hecho en realidad? ¿Qué estamos haciendo? No se trata de ningunear el esfuerzo de muchas personas, ni de descalificar el trabajo de asociaciones o instituciones. Por encima de ideologías, creencias o partidismos la masiva reacción ante la desgracia ajena evidencia lo mejor del ser humano. Pero es un hecho que las toneladas de material, los miles de discursos y pronunciamientos, las decenas de concentraciones no cambian, en lo fundamental, la situación de las personas refugiadas. Y éstas continúan entre el fango y el frío intentando recordar que fueron personas con derechos, que vivieron con dignidad, hasta que una serie de decisiones políticas encadenadas las llevaron a esa tienda de campaña donde malviven con sus familias.

La pregunta, la jodida pregunta, es si este inaudito activismo social es, más que nada, un bálsamo para las conciencias, más allá de su beneficioso efecto a corto plazo. Si en realidad, somos títeres que otros manipulan, determinando hasta qué punto es tolerable que demos rienda suelta a nuestra indignación y desesperanza para ofertar cauces inofensivos que expresen nuestro malestar. Si esas familias huyeron de sus países es a causa de una guerra injusta movida por intereses opacos e ilegítimos. Si encontraron cerradas las puertas de países que podían acogerlos, aunque presumían de democráticos y solidarios, fue por decisiones tomadas con plena conciencia de la catástrofe humanitaria que iban a provocar. Si han acabado encerrados tras una alambrada como si hubieran cometido algún delito, es porque hay un acuerdo suscrito por quienes gobiernan Europa con mano firme e intereses bastardos.

Reto pendiente. Así que podemos y debemos seguir recogiendo material y dinero, organizando Comisiones de trabajo y plataformas ciudadanas, aprobando mociones y firmando artículos de prensa como éste. Pero sin olvidar ni un instante, que hay que mantener la presión para que lleguen a España alguna de las 1.449 personas refugiadas sirias. Sin dejar de exigir que se rompa ese acuerdo de la vergüenza que paga a Turquía para que sea el matón de Europa. Sin parar de reclamar que se actúe sobre las causas de origen, la violencia o la pobreza, que son las que embarcan a las personas en viajes sin retorno. Es imprescindible la plena conciencia de que nuestra compasión y nuestra indignación no influye en quienes toman las decisiones en la oscuridad de sus despachos, revisando balances de beneficios para rendir cuentas a los poderosos. Sólo cuando la acción de los sin nombre consiga cambiar la historia, el miedo cambiará de bando y caerán las alambradas, y cesarán las guerras y nadie necesitará refugio.

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