Es difícil, aunque no imposible, vver el salón noble de la Casa de Cultura de esta ciudad repleto como un vagón de metro en hora punta. Con gente de pie en los pasillos laterales o incómodamente sentados en el pasillo central. Con el escenario casi rodeado por la concurrencia, pero no de forma artificial al modo en que suelen hacerlo algunos partidos para visualizar su cercanía con la gente, sino para dar cabida al público asistente a un acto que, convocado de la forma acostumbrada, mediante los canales habituales y utilizando los mismos medios de difusión, ha tenido como resultado una sala tan abarrotada como no lo estará nunca la plaza de toros de esta ciudad. Situaciones así se han visto sólo en escasas ocasiones, normalmente en razón al personaje invitado. Llenó hace años Zubizarreta, el futbolista, o la exvicepresidenta Fernández de la Vega o Pablo Iglesias, cuando no era más que una promesa? O más recientemente cuando hay que montarle un pollo a un conseller novato pero muy decidido.

Pero el aforo de este pasado lunes no se correspondía a priori con las características de la figura invitada, que no tenía nada que ver con Justin Bieber o Romario. Tampoco el personal acudía con pancartas de denuncia a vociferar un rato, ni a entonar cánticos de alabanza a ningún líder laureado. Esta vez, la protagonista era una mujer. Una escritora. Que vende libros, pero no monta escándalos como aquel tipo que promocionaba su libro a base de astracanadas causantes de vergüenza ajena. Que es columnista y tertuliana en algunos medios pero que sobre todo es apreciada y reconocida por sus productos literarios, nada más y nada menos. Que escribe para ella, como sinceramente reconoció, y no para las mujeres o para los hombres, que dicho sea de paso, allí estaban también, disfrutando del espectáculo.

Porque fue un espectáculo en el mejor sentido de la palabra. Un espectáculo alentador, porque no es usual que la gente se congregue para escuchar a quien cuenta historias que conmueven e imagina personajes que nos acompañaran toda la vida. No es habitual que obtenga tan masiva asistencia una convocatoria cultural que tiene como único objetivo conocer a quien hace buena literatura, que es la que se sustenta en el talento y se fundamenta en la coherencia personal.

Hoy triunfan programas abyectos y personajes repulsivos que obtienen máximas audiencias. Y nos intentan convencer de que eso sucede porque satisfacen los deseos de la gente. De que los cerdos comen mierda porque no les gustan las margaritas. Nos quieren convencer de que vivimos en una sociedad amorfa y carente de valores, que se rinde ante los encantadores de serpientes y no sabe apreciar el talento, la belleza o el ingenio. Y no es verdad. Es una mentira obscena que nos gusta la telebasura y nos da alergia la cultura. Una falsedad interesada y malévola de quienes cultivan el cretinismo y la zafiedad en estado puro para hacernos más dóciles y manejables.

Revolucionario. Por eso, arbitrar un espacio y un tiempo para poner en valor la cultura, disfrutando de un discurso lúcido e interesante, es una alternativa fascinante y de enorme valor transformador que hay que agradecer sinceramente a las personas privadas e instituciones públicas que lo han hecho posible. La sencilla presentación de un libro se convierte así en un acto revolucionario que enarbola la bandera de la dignidad individual y colectiva. Y así se va ganando la batalla de las ideas y los valores, esencial para adelantar en el camino hacia una sociedad de mejores personas, que se entienden desde el respeto y viven con dignidad.