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el mirador del benicadell

gente normal que vota a un partido podrido

La célebre canción de Bob Dylan Los tiempos están cambiando no hacía otra cosa —hace medio siglo— que significar una constante que a lo largo de la historia y de las naciones ha ido plasmándose. «Todo cambia, nada permanece». El ser humano, máxime el acomodado y que vive instalado en ciertos privilegios, tiende a enrocarse y posicionarse en contra de cualquier cambio que signifique la pérdida de algunas de esas exenciones (dígase bajos o nulos impuestos, etc.) y se transmute en un reequilibrio de la riqueza social.

Esa percepción genérica del cambio ante las elecciones generales del 26J, a casi una tercera parte del electorado español —sobre todo la que luce en sus sienes una cierta edad— le resulta incomprensible. No entiende nada. La reacción es el miedo. El propio y el que deliberadamente les infunde, para su beneficio, el único partido que un teórico país "decente", católico, moral, ético, el PP, debería obtener un resultado ejemplar, con un castigo con el que no superara el 13% de los votos, tal como sucedió en Ontinyent el 24M, cuando el PP local (y ahora debería ser el nacional) se vio inducido a un meritorio purgatorio.

Este 26J se dirime seguir en la espiral de ricos son más ricos y pobres creciendo exponencialmente desde el inicio de la mal llamada crisis económica. Pero también el fin de leyes laxas, condescendientes con la corrupción (una forma disimulada de encubrir el latrocinio público). En consecuencia Ontinyent sigue siendo un parangón de salud democrática en el sentido de la alternancia, no solo por haber precisado de pactos, mayormente, para su gobernabilidad, sino que además siempre han sido de naturaleza afín. El único pacto contra-natura se dio en 1999, cuando el Bloc apoyó una alcaldía del PP. El que dio paso, en 2001, a la única moción de censura. Y aunque el electorado ontinyentí casi estuvo a la altura de la media nacional en el voto al PP el pasado 20D, dándole casi el 27% de sus votos, tras la coalición Compromís-Podemos, que rozó el 30% y por delante del PSOE, con apenas el 20%, para estos nuevos comicios la candidata valenciana del PP, Elena Bastidas o el pringao con esa puntita del iceberg que fueron los trajes de los Camps, Vicente Betoret, acudían la semana pasada a Ontinyent para, sin el menor sonrojo y sacando el pecho de la petulancia, pedir el voto para asegurar la estabilidad de España. Cuando cualquier ciudadano, medianamente informado, sabe que, en democracia, nunca el país ha estado tan inestable como con el PP. Un partido que patrimonializa, como nadie, el sectarismo. Por eso una persona normal como José Luis Climent, que ahora capitanea los restos del naufragio local, se desacredita socialmente cuando aboga por Mariano Rajoy, el mismo que recibió miles de euros en sobres de manos de Bárcenas. «Es el único candidato serio, que puede garantizar el empleo, dice climent. ¿Serio en infrafinanciar a los valencianos o precarizando el empleo hasta lo inimaginable? Pero los radicales el PP seguirán viendo la paja en el ojo ajeno...

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