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la ciudad de las damas

nadie es perfecto

En vísperas de unas elecciones generales lo propio es escribir sobre la importancia del voto. Es oportuno realizar una docta exposición de los motivos por los que la gente debe ir a votar, combatiendo así el fantasma de la abstención que, siempre es una opción electoral con mejores expectativas y resultados de los que debería alcanzar. El argumentario básico para llamar a la participación se sustenta esencialmente en que el voto es un derecho del que este país fue privado durante mucho tiempo y que se recuperó a costa de una inmensa inversión de sacrificio y lucha que de ninguna manera puede ser despreciado. Y es absolutamente cierto. El obstáculo principal es que estas elecciones a nadie tienen contento. Ni a los votantes ni a los votados.

Éstos pagan un precio por protagonizar lo que se ha dado en llamar fracaso del sistema, aunque en realidad, no es más que la expresión de las diferencias existentes entre los partidos. Más fracaso sería que, devorados por el ansia irresistible de gobernar, todos los partidos, cualquiera que fuera su color, se amigaran para repartirse cómodamente los sillones del poder, como si sus propuestas y soluciones para resolver los problemas de la ciudadanía fueran las mismas, y ellos intercambiables.

Quien votó en azul no acabaría de entender que acabaran, rojos y azules, compartiendo mesa y mantel, caviar y langosta. Y quien votó en rojo, espera ver recompensada, siquiera una vez, su fe en esta izquierda patria tan aficionada a pegarse tiros en el pie. Por lo que se atragantaría viendo a sus representantes subirse en el rolos roché de quien, con mano firme, nos ha conducido hacia este paisaje de desigualdad y pérdida de derechos.

Entre el electorado cunde alternativamente el desánimo, la esperanza, el aburrimiento, la confianza, la duda, o el desasosiego, porque no hay alternativa perfecta. Algunos se mantendrán en sus trece, como si tuvieran la papeleta tatuada, para votar a quien siempre han hecho. Es de destacar, en positivo, su fidelidad, aunque quizá sería necesario sustentarla en la reflexión y el análisis crítico porque los cheques en blanco no son buena herramienta para promover en nadie el afán de superación y menos en la clase política que se amodorra con una facilidad pasmosa. Otros son picaportes que en cada convocatoria electoral actúan según les pide el cuerpo, moviéndose sin complejos por todo el espectro político. Votan al que mejor recuerdo dejó en su memoria inmediata. Es el llamado voto flotante, decisivo en el resultado final e impredecible por mucho que mejoren las técnicas de los sondeos y encuestas. Y luego están quienes se abstienen casi siempre, a veces por simple pereza y otras porque desde la superioridad intelectual de la que presumen, dicen estar de vuelta de todo, y amontonan razones, algunas peregrinas, otras razonables, para mostrar su olímpico desprecio por la clase política y todo el circo electoral.

¿Candidatura perfecta? Pero las elecciones de este próximo domingo no son como las demás porque hay nuevos jugadores que han cambiado las reglas. Hay opciones de pasado, aburridas y estériles que sólo juegan con el miedo, para recorrer caminos trillados llenos de polvo que ya sabemos el lodo que trae después. Y otras, debutantes, sobradamente preparadas, algo ingenuas y tan ambiciosas que pretenden obligar al sistema a respetar a la gente, en lugar de imponer a las personas un sistema que las degrada y envilece. Efectivamente, quizás ninguna de las candidaturas sea perfecta, pero nadie es perfecto, como le decían a Jack Lemmon en aquel final de película insuperable, donde el amor triunfaba a pesar de pequeños detalles que podrían complicar la relación.

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