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El ascenso de rodríguez

Nunca antes en la historia de la actual democracia ningún político de los que cortan el bacalao en el ámbito valenciano, de origen ontinyentí y por ende valldalbaidí, había causado tanta expectación, ni había sido analizado con lupa en sus manifestaciones, acciones u omisiones, como lo está siendo el alcalde de Ontinyent, Jorge Rodríguez, también presidente de la diputación. A propósito de la reciente conferencia de gestión medioambiental organizada por Editorial Prensa Valenciana, desde un medio como VP se decía «Rodríguez enseña la 'patita' y se reivindica como líder de los alcaldes jóvenes del PSPV». Son eventualidades a las que se debe acostumbrar, le convengan o no a su trayectoria.

Con todo, donde Rodríguez plasma parte de su ADN político es en la entrevista del pasado domingo de Levante EMV. Allí aunaba debilidades, contradicciones u olvidos, que los hay, junto a su talante de diálogo, consenso, pluralidad o esa proverbial capacidad para sumar desde la ética, pese a la marca socialista que enarbola, hasta a votantes de toda la vida del PP. Una aureola que ahora ya irradia al territorio valenciano, como quedó constatada hace unas semanas en una encuesta en la que aparecía junto a Mónica Oltra como los dos políticos mejor valorados por los valencianos.

Pero Jorge Rodríguez deja entrever que empieza a ser reo del cargo acomodaticio que ocupa, al sostener que el debate «diputación sí o no es muy miope; el problema en España es de reparto de competencias». Y es que cuando se ocupa un sillón de mando, con los lastres que arrastra el de diputación, se pierde perspectiva a favor del egocentrismo.

Así mismo, su falta de alusión y apología a conceptos como las mancomunidades o el Consorcio de las CCV (Comarques Centrals Valencianes), pese a haber sido él uno de los promotores de su recuperación, deja entrever dudas y lagunas que ponen en entredicho su proselitismo hacia unos organismos que, para su necesario crecimiento, requieren que mengüen las diputaciones.

Manifestaciones del presidente de la diputación como «creo en la comarcalización donde hay tradición, pero no es más eficaz sustituir una institución por trece», entrañan una patente contradicción. Ya que la única razón de ser de las diputaciones es la de ampararse en una legislación obsoleta, lo que conlleva a enrocarse en no ceder o delegar competencias a las mancomunidades o comarcas. Seguramente, Rodríguez debería convocar una reunión con los presidentes de las mancomunidades, como sí ha hecho el president Ximo Puig con los de todo el territorio valenciano, para intentar conocer y documentarse de las problemáticas que atañen a las mancomunidades. Una eventualidad que a Rodríguez le permitiría tomar conciencia sobre que precisamente «el reparto de competencias» es una de sus asignaturas pendientes. Además que emulando al president de la Generalitat, podría anunciarle a los responsables de las mancomunidades algún decreto para ayudarles en la financiación de los servicios comarcales que prestan. Por coherencia y lealtad a Ximo Puig, Rodríguez sabe que debe allanar el camino y tender puentes para que las comarcas-mancomunidades vayan a más y las diputaciones a menos, hasta extinguirse, cediéndole el paso a la Generalitat.

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