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Biblioteca de familias

camarada mario navarro, de xàtiva a leningrado

Inicios del verano de 1943, las campanas de la Colegiata repican a muerte a media mañana para celebrar un entierro sin difunto. Un escueto telegrama del cuartel general de la 250 División de Voluntarios españoles de la Wehmarcht informaba que el soldado Mario Navarro Ridocci, perteneciente a la Sección de Asalto del batallón de infantería número 263, había caído en el fragor del combate durante las operaciones que buscaban arrasar al símbolo de la Revolución Rusa, Leningrado. Ante la imposibilidad de repatriar el cadáver, Xàtiva organizaba un último homenaje, a uno de los héroes de Krasny-Bor, cuya tumba quedaba identificada para siempre con un número, una cruz y un casco.

Mario nació el 22 de junio de 1920 en el seno de una familia de hosteleros. Su padre, Rafael Navarro, era archiconocido en Xàtiva por haber sido contratista del círculo setabense y fundador del café Navarro y del Kiosko Royalti, que refrescaba a los setabenses en la Alameda durante las calurosas tardes de estío. El Alzamiento Nacional le cogió estudiando bachillerato en el José de Ribera. A pesar de su corta edad, era un militante de las juventudes falangistas, admiradoras de José Antonio y Benito Mussolini, y tenía buena cabeza para el estudio y para escribir. Su vida académica se vio interrumpida al sufrir represión junto a su familia por su pasado antiazañista. Las injustas penas presidiarias ejecutadas a partir de octubre de 1937 le hicieron reafirmarse aún más en sus ideales totalitarios ultranacionalistas.

Acabada la guerra, y movilizada su quinta para la prestación del servicio militar, se presentó voluntario desde África para incorporarse al banderín de enganche de una división especial, que ayudara a los alemanes en sus intentos de invadir la Unión Soviética, una vez comenzada la Segunda Guerra Mundial. La llamaron División Azul, en honor al color de las camisas de los falangistas, aunque en ella también se alistasen excombatientes republicanos para limpiar pasados indeseables ante la nueva coyuntura política. En una familia sin tradición militar alguna, harta de la guerra después del calvario sufrido, y con un negocio que heredar y unos estudios que concluir, Mario no se atrevió a comunicárselo directamente a sus padres. Y lo hizo por carta desde Logroño, cuando esperaba el tren que lo llevaría al corazón de la Alemania nazi, en la que escribía: «renazco en este gran pueblo alemán que lucha por la verdad».

El 18 de junio de 1942 cruzó Hendaya consciente de que durante muchos meses, tal vez años, iba a ser novio de la muerte. En las cercanías de Hamburgo recibió las vacunas, los uniformes, y el mínimo adiestramiento necesario para sobrevivir en el frente oriental, mientras realizaba labores de intendencia, cargando salchichas y mantequilla para avituallar a los divisionarios españoles, ya que de España sólo llegaban pitillos, puros y pasta de dientes. Había demasiada hambre para enviar comida. Mario contaba las horas para partir al frente ruso mientras mataba el tedio escribiendo artículos para la revista nazi «Joven Europa: hojas de la juventud estudiantil», donde el editor les pedía a sus colaboradores, testimonios de sus experiencias para que quedase constancia de la lucha que estaban manteniendo contra los enemigos de la civilización. Se convirtió así en cronista de su batallón.

A pesar de haber realizado un cursillo de radio, no quiso la tranquilidad de la retaguardia, y solicitó ser encuadrado en las Secciones de Asalto, grupos de operaciones especiales, que localizaban su campamento base en la ciudad de Nóvgorod, a 15 kilómetros de la primera línea de frente, y casi 200 de Leningrado, donde los rusos estaban cercados, y cuya urbe Hitler quería arrasar a toda costa. Mario, siguiendo la línea del río Volvoj, participó en numerosas operaciones de guerra de guerrillas, cuyas tácticas de hostigamiento le recordaban a las que habían sufrido los soldados españoles en Marruecos, por parte de las hordas moras al mando de Ab-el-Krim. Desperdigados, escondidos por todos lados, atacaban nada más divisaban unidades rusas. Disparaban, luchaban cuerpo a cuerpo, lanzaban bombas y desparecían tan rápido como habían aparecido. A pesar de los avances, la resistencia rusa fue inquebrantable, y los divisionarios contaron sus bajas por miles. Mario salvó la vida de milagro en Krasny Bor —una barriada de la periferia de Leningrado—, le condecoraron, pero los alemanes ya no estaban contentos y, sabedores de la imposibilidad de conquista, comenzaron el repliegue organizado bajo un continuo hostigamiento soviético, fortalecido por la llegada de refuerzos. Una ráfaga de metralla le segó la vida a Mario. Pasó de héroe a mártir para los falangistas. Una enorme cruz de los caídos por Dios y por España, improvisada a las puertas de la Colegiata tras la ceremonia por su alma evocó temporalmente su recuerdo, y después el olvido. Los nazis habían perdido la guerra, y la historia la escriben los que ganan.

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