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el mirador del benicadell

Las fiestas de Ontinyent vistas desde otro cristal

Es bien sabido que cada cual cuenta la feria —para el caso, las fiestas de moros y cristianos de Ontinyent— según le va. O también, evocando el poema de Ramón de Campoamor que dice: «En este mundo traidor/nada es verdad ni mentira / todo es según el color / del cristal con que se mira». Por ello, por citar a la máxima autoridad de la autonomía valenciana, Ximo Puig, cabe aludir a sus palabras: «son fiestas populares que tienen una repercusión económica muy importante» para hacer boca. Pero claro, mi amigo Vicent debe tener los cristales, creo que de una dioptría y media, empañados. Porque las fiestas que cuenta son muy otras a lo trascendido. Así, del pregón dice que nada nuevo bajo la luna. Que lo único novedoso eran las telas con las que se engalanaron las fuerzas vivas y las festeras, que no los acostumbrados diseños que se lucieron en la noche dominical. Del apartado musical dice que no quiere opinar, pues lo sacas de Mozart o del día en que murió la música, un 3 de febrero de 1959, digo la de Buddy Holly, Ritchie Valens y The Big Bopper, y nada. Ni el festival de Merut's, con su 10º aniversario, ni el Ochenteando, pese a las vibraciones musicales y gran afluencia de personal. Por no emocionarse ya no lo hace ni cuando suena Ximo aunque esté interpretada por mil músicos. No sé si espera alguna innovación, como en acústico.

Cierto que discrepa, y mucho, con respecto al presidente de la Generalitat cuando habla de «repercusión económica» ya que a él no le salen los números. Encima los de Avhal, no sabe porqué, siguen sin decir esta boca es mía. Y aunque se presupone que es un mes propicio para hacer el agosto, se queja que queda a tomar café con sus tertulianos y, en muchos bares, se encuentra el cartel de «cerrado por vacaciones». Además los hosteleros que, a cau d'orella, se quejan de la competencia desleal que les infringen las comparsas, con el permiso de la autoridad, a la hora de la verdad se callan como muertos. Y eso que les sobran los motivos para esgrimir el agravio comparativo. Pues mientras con las comparsas la Policía Local mira hacia otro lado, cuando se trata de locales que pagan sus impuestos y tal, suelen practicar una rigurosidad extrema.

Qué tortura. Pese a las televisiones, incluida la de Levante o una francesa, dice que el acto central, y para él el del casi final, si exceptuamos las embajadas, o sea el de las entradas moras y cristianas, le aburren. Un día descubrieron los ballets, dice, y ahora todos los años más de lo mismo. Parece que la inventiva festera toco techo en ese asunto. Además como es un romántico siente nostalgia de las entradas desfilando por Gomis. Este año con el tema de la efemérides del músico, tenían una oportunidad para recobrar dicho escenario, el único tramo llano que tendría la entrada, y además de una sonoridad mágica. El caso es que, como ya viene haciendo en los últimos años, se volvió a situar frente a la antigua farmacia Rovira, ojo avizor con las autoridades de la tribuna municipal. Pero dice que no vuelve más, ya que en el último piso de la finca que se levanta a sus espaldas, existe algún sádico, energúmeno o no sabe cómo calificarlo quién, cual gota malaya, deja caer sobre su cabeza sacos y sacos de papeles de periódicos y revistas trituradas. En el transcurso de las ocho horas que dura el desfile. Nada que ver con el confeti o serpentina de su niñez. Algunos años pensaba que era por fastidiar a las autoridades, pero al parecer no les llegan los papelitos de la tortura, que a él lo sacan de quicio.

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