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Guillem Llin: «Al terminar la Guerra Civil no supieron o no quisieron pasar página»

Guillem Llin es categórico y metódico en sus afirmaciones. Escritor prolífico e incansable, suele resultar incómodo en sus pronunciamientos sobre los gobernantes. Su norte es la veracidad, la justicia y la igualdad. Su dureza con el poder no deja indiferente a nadie.

El pasado 29 de julio ofreció una conferencia sobre el exilio y Mauthausen. ¿Cuál es el mensaje central que quiere divulgar?

La idea que quise transmitir surge tras la conversación que mantuve con Ángel Cambra, uno de los organizadores del ciclo de conferencias, y comprobar que hay un gran desconocimiento sobre los ontinyentins deportados al campo de exterminio de Mauthausen. Hay que dar a conocer, visualizar, a los ontinyentins de esa época, nueve, que tuvieron el infortunio de ir a parar a ese campo, y que dos de cada tres murieron. El responsable directo de esa "mala suerte", no se debe olvidar, fue el gobierno español del dictador Franco.

Mientras la media de fusilados tras la guerra civil en Ontinyent era de 7 a 8 por mil habitantes, en poblaciones similares como Alcoi, Xàtiva o Gandia, ese mismo índice se situó en el uno por mil. ¿Cómo explica ese incremento de barbarie en Ontinyent?

Tal como recoge el libro Mort i repressió a Ontinyent 1936-1944, fue la sed de venganza, porque los responsables finales y únicos de aquellas muertes fueron los gobernantes de entonces en el Ayuntamiento de Ontinyent. No totalmente, ya que también estuvieron implicados los responsables de la Falange, de la Guardia Civil y de la Iglesia. [Al respecto, Josep Gandia rememora en una entrevista para Crònica a Luis Mompó, a principios de los 90, al primer alcalde local tras la Guerra Civil, en la que restaba importancia a aquellas muertes, justificándose en que eran afectados por delitos de sangre, algo no demostrado].

¿Por qué esa postura?

El problema para mí es los franquistas „Mompó en Ontinyent al igual que Franco en toda España„ al terminar la Guerra Civil no supieron o no quisieron pasar página. Y optaron por hacer un punto y seguido en lugar de un punto y aparte, matando y reprimiendo a los adversarios. Un informe de octubre de 1939, de los responsables franquistas de Ontinyent, muestra su preocupación porque en la ciudad no se estaba fusilando a la gente vinculada al bando republicano.

¿Quién elaboró aquellas acusaciones sumarias?

Resulta paradójico que en las listas que se confeccionaron desde el ayuntamiento para represaliar a los adversarios de la guerra civil y pese a disponer de información abundante sobre la población, apenas si aparecen unas 30 personas; en cambio el número de ontinyentins que finalmente fueron fusilados ronda los 90. La correlación entre sospechosos y los ejecutados finalmente transmite que se realizaron venganzas bestiales.

¿Por qué desde el ayuntamiento que presidía Mompó se negaba información a familiares de los encerrados en el campo de concentración y exterminio?

Es la misma dinámica; al enemigo, ni agua, a pesar de que muchos de ellos se habían convertido en franquistas. Al indagar sobre familiares de deportados en los campos nazis, desde el consistorio sistemáticamente se les comunicaba que no disponían de ninguna información. Sin embargo, al revisar la documentación en el archivo municipal, en los primeros años de las década de los 40, aparece que tales ontinyentins están en determinado campo de concentración, y que años después, tras la derrota alemana, tales ontinyentins residen en determinadas ciudades europeas, lo cual significa que los servicios de información franquista de la época tenían un buen nivel.

Tras una etapa de su vida centrada en sus colaboraciones en los medios empieza a simultanear la faceta de editor, ¿Cómo valora su paso, con sabores y sinsabores, por el periodismo?

Fue una buena época, desde luego mucho más inocente que ahora. En 1995, empiezo con la editora Víctor. Después, ya en el año 2000 pasa a convertirse en la editora de la Associació de Veïns el Llombo, como resultado de un viraje, más cultural, que decidimos darle a la asociación que hasta ese momento se había caracterizado por su carácter reivindicativo y discrepante ante los gobiernos municipales. En total, incluyendo segundas y terceras ediciones, hemos publicados 57 libros.

¿Qué está pasando para que en vez de incrementarse el número de voces críticas, analíticas e independientes con el poder, y el creciente número de voces palmíferas, que lo jalean?

A mí el periodismo siempre me ha gustado muchísimo. Ahora bien, vengo observando que ha degenerado en todos los sentidos, en las ideas de los que escriben, dirigen y conducen los medios, que han perdido, gran parte ellos la credibilidad que tuvieron antaño. Y esa opinión es extensible a toda clase de medios, como prensa, radio y televisión. La mejor respuesta a lo que acontece en los medios la encontramos en Ontinyent. Si uno mira a su alcalde, Jorge Rodríguez, pienso que no pasará a la historia por sus logros, sino más bien por su capacidad para ser omnipresente en los medios. Podrá llegar a ser presidente de la Generalitat, del Gobierno o secretario general de la ONU, pero será mediocre, y cuanto más suba, más mediocre será. Lo que digo se ve muy claramente en el reportaje comparativo que publicaremos en la próxima revista vecinal el Llombo, donde comparamos gráficamente a tres alcaldes ontinyentins (Reguart, Insa y Rodríguez), con un resultado sorprendente y espectacular en relación a Rodríguez. Pienso que está conduciendo la ciudad hacia una autocomplacencia, mientras ésta se desmorona. Si no somos capaces de vislumbrar la realidad, estamos encaminados a la muerte como pueblo. Ontinyent se tiene que reinventar, pero con ideas, constancia y sacrificio, y no desde la falacia de creerse los mejores.

¿Se siente una rara avis en este panorama de renuncias que prima en el periodismo y por eso se pasó a los libros?

Los medios locales o de ámbito provincial creo que plasman en exceso las notas de prensa que se les envían desde alcaldía, donde se dice lo maravillosamente bien que gobierna el equipo de Rodríguez. Y frente a esa realidad yo sí que me siento una rara avis, al discrepar con la visión de la realidad que estamos viviendo. Al final transmiten la idea como si esta ciudad fuera Disneylandia, cuando en realidad estamos en una ciudad en decadencia. Se puede remontar, sí, pero para ello hay que hacer un diagnóstico fiable pero nunca grandilocuente.

¿Qué destacaría del libro «Ontinyent, de la dictadura a la democràcia (1968-1982)»?

Es, sin duda, del que más satisfecho estoy, por el acopio que conseguí de información histórica, tanto a nivel local, autonómico como nacional. Además de por cuestiones personales, como fueron dos infartos cerebrales, lo que me obligó a detener dicho trabajo. De cara a su culminación tuve que recurrir a la ayuda de Josep Sanchis Carbonell para lograr finalizarlo.

«Ontinyent, 40 anys d'eleccions municipals», otra referencia. ¿Cómo fue su elaboración?

Muy fácil. Primero en una libreta y después en el ordenador anotaba todos los resultados electorales que se producían. Así, en las décimas elecciones municipales, que es un número redondo, lo edité.

¿Queda mucho por aflorar sobre la historia ontinyentina del siglo pasado?

Pienso que la inmigración que se produjo en los 50 y 60, al aire de los buenos tiempos del textil, y que sacó a Ontinyent de su endogamia, es un trabajo que está por hacer, y los protagonistas aún están vivos.

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