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La ciudad de las damas

Un animal en su vida

Los animales pueblan la tierra, incluido el ser humano que se supone que es el menos animal de todos aunque sea una premisa que está por demostrar. Las personas establecen una relación con ellos en la que no suelen caber medias tintas. O son adorados o demonizados, según diversos factores relacionados con el entorno, los antecedentes, las experiencias o la simple predisposición. A quien en su infancia le coceó un caballo los teme y quien tiene cerca un perro ladrador, los odia. Hay quien considera a los animales en general sospechosos portadores de gérmenes contagiosos, quien los desprecia porque no los entiende o quien sólo los aprecia en la medida en que se los sirven cocinados. Para algunos los animales han de ser como los dibujos animados de Disney, inodoros e insípidos aunque con mucho colorín.

Por el otro lado, están los "animalistas" en diferentes grados. Porque no son iguales quienes se conmueven ante una mirada perruna, un gorrión caído del nido o un gatito atropellado, que quienes dan de comer al perrillo en la mesa y le ponen bufanda y patucos los días de frío, huyen del bistec como si fuera un arma letal y establecen con gatos, periquitos o hurones confusas e inapropiadas relaciones. Exactamente igual que entre los detractores no es igual el que es capaz de desollar un gato o apedrear a un burro, de quien, simplemente, no disfruta con un documental sobre pingüinos.

Hay otra escala del amor animal, bastante más equilibrada, donde están quienes los aman sin olvidar lo que son, porque aprecian en ellos cualidades que dan generosa respuesta a sus expectativas. Personas que sienten sincero aprecio por ellos porque establecen una relación de afecto y respeto, de franco cariño, donde cada uno está en su lugar, sin confusiones, aun con todas las limitaciones que comporta la completa irracionalidad de unos y la momentánea que suelen exhibir los otros. Gente así, en Xàtiva, hay mogollón. Más de lo que parece como quedó constatado cuando se elaboró ese cuestionado censo canino en 2015 que contabilizó alrededor de 3.400 perros, lo que incluye a las correspondientes familias y allegados y eleva exponencialmente el número de setabenses que conviven, en este caso concreto, con perros. Se hacen visibles en ocasiones como la de este próximo domingo, Día de San Antón, patrón de los animales, cuando convierten la plaza de Sant Pere en una especie de efímera Arca de Noé donde animales de diversas especies, aunque con claro predominio de los chuchos, son bendecidos en una tradición que se mantiene ya desde hace 23 años. Y son una buena carta de presentación de la ciudadanía que dice mucho, en positivo, de su compromiso cívico y su categoría moral. Decía Ghandi que un país se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales. Y una ciudad también, por lo que debe ser causa de orgullo colectivo esa capacidad de amar y respetar a otros seres vivos, incluidos los de la misma especie.

Un compromiso entre todas las partes. El cariño hacia los animales ha de demostrarse también al vecindario, evitando cualquier conflicto en la convivencia, como suele pasar con aspectos relacionados con la limpieza viaria y la salud pública. Pasos se han dado en ese sentido „alguno de los cuales más vale olvidar„ para fomentar esa responsabilidad que nadie discute. El ayuntamiento lo puede poner más fácil instalando las papeleras necesarias y la suficiente iluminación para facilitar la indiscutible obligación ciudadana de mantener limpia la ciudad. Así, el amor a los animales será motivo de orgullo colectivo y de satisfacción personal, pero nunca causa de enfrentamiento.

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