«No hay otro término más torturado en España que el de la Font de la Figuera». La frase no la pronuncia un político, sino David, un Policía Local cansado de radiografiar en sus informes los estragos que provocan las obras de la variante de la A-33 y del AVE en los campos agrícolas, infraestructuras, parques, caminos y accesos de la localidad. Basta con que caigan cuatro gotas. Cada vez que llueve saltan las alarmas y el agente ha de peinar todo el pueblo para dar parte de los daños. Siempre los hay.

Un recorrido por los trabajos permite descifrar el origen del problema: la deficiente canalización de las escorrentías superficiales se traduce en frecuentes avenidas de agua sin control que anegan todo cuanto encuentran a su paso, a lo largo de múltiples tramos fuera del núcleo urbano. A las molestias que sufren los vecinos por la duración de las actuaciones promovidas por el Gobierno en la A-33 -que se eternizan desde 2008- se suman los destrozos generados por las inadecuadas captaciones pluviales.

Las obras, que han ocasionado una herida profunda en la cuarteada morfología de la Font de la Figuera, se asientan sobre la Foia de Manuel, una hondonada donde se acumulan aguas procedentes de las montañas y de La Encina.

La ausencia de estudios hidrológicos previos al inicio de los trabajos, junto a una mala planificación, ha generado un rompecabezas de dimensiones mayúsculas. De momento, los agricultores son los principales agraviados. Pero los técnicos municipales advierten de que, si no se pone remedio, buena parte de la población -en el casco urbano- podría hallarse en riesgo de inundación si se registrara un gran episodio de precipitaciones, puesto que los barrancos Gil Martínez y Molins no están preparados para absorber la cantidad de agua prevista. Su capacidad se ve triplicada con las obras.

«Cada vez que llueve, esto es un infierno. Estamos asustados de lo que puede pasar». El alcalde de la Font, Vicent Muñoz, urge al Ministerio de Fomento a articular sin más demora una solución integral y coordinada que ha de englobar a los organismos responsables de las dos infraestructuras que se están ejecutando. Esta salida pasaría por una canalización por fuera de la localidad que desvíe a la rambla del río Cànyoles todas las aguas, como ya propusieron los responsables de un estudio sobre el terreno que el Área de Carreteras encargó a la Universitat Politécnica.

Pero después de varios meses de reuniones con todos los departamentos implicados, Muñoz manifiesta su hartazgo por la falta de compromisos concretos para poner fin a la pesadilla y ofrecer seguridad a los vecinos. El alcalde, para quien el problema es meramente económico, se reunirá el martes con Carreteras del Estado, un encuentro que se retrasa desde principios de abril y del que espera extraer una propuesta válida. En caso contrario, el consistorio está dispuesto incluso a emprender la vía judicial, cansado de agravios.

«Las obras no solo se cargan paisajísticamente la imagen del pueblo, sino que, además, el problema del agua genera pobreza en el sector agrícola, que es el más importante en la Font», lamenta Muñoz. Tras el temporal de mediados de diciembre de 2016, cuando se recogieron en la localidad 85 litros en tres días, los daños fueron cuantiosos. Desde entonces, la Font de Baix, que se remonta a la época íbera y representa un símbolo del nacimiento del municipio, no funciona. «Nadie en el pueblo recuerda hasta ahora que hubiera dejado de brotar agua en algún momento, ni siquiera durante los años de sequía», subraya la regidora de Medio Ambiente, Carmen Asensi. El diluvio también dejó inutilizado el Llavador del siglo XIX y destruyó el minado de la Comunidad de Regantes, como consecuencia del incremento del nivel de la rambla que lo atraviesa. La erosión de los pozos produjo un derrumbe que hizo que se colaran ruedas y basura en su interior, fruto de los arrastres. «La infraestructura data del año 27 y hasta ahora no le había pasado nada similar. Si hay una tromba más fuerte y llueven 40 o 50 litros, no imagino lo que pasaría», alerta Muñoz. Seis meses después del temporal, nadie se hace cargo de la reparación.

«Somos David contra Goliat»

Las obras, igualmente, han disparado el peligro de inundación en las instalaciones de la cooperativa, en el acceso de la Font, a los pies de una elevadísima pendiente que desemboca en el Barranco dels Molins y en un sumidero claramente insuficiente. Cerca, hay un tramo de 300 metros de autovía pendiente de canalizar.

«En un pueblo de 2.500 habitantes como el nuestro, el ayuntamiento tiene unos recursos muy limitados. Los destrozos en los caminos se nos comen el presupuesto. No podemos estar solucionando una y otra vez un problema que compete al Ministerio», denuncia el alcalde. «Esta es la lucha de David contra Goliat, un pequeño ayuntamiento contra una gran administración, pero somos cabezones y no pararemos hasta que nos hagan caso», remacha Asensi.