Cuando en una tarde, en pleno agosto, y a 30 grados a la sombra, las calles de Ontinyent están llenas de cabo a rabo, es porque la ocasión lo merece. La avenida Daniel Gil, completamente adornada con banderines y carteles, presentaba ayer un aspecto magnífico para la Entrada de Moros y Cristianos. Graderías de pastiche, sillas caseras hechas con esparto, madera y tela o los asientos de plástico habilitados por el ayuntamiento invadían la calle. Las aceras, totalmente invisibles debido a la muchedumbre, presentaban una estampa agobiante. Moverse por la vía peatonal era más difícil que hacerlo por la M-30 un día de atasco.

En la gradería central, a unos pocos metros del final, definido por dos torres de atrezzo que simulan un castillo, los empresarios, los políticos, como el alcalde de la localidad, Jorge Rodríguez, o Juan Carlos Moragues, delegado del Gobierno en la Comunidad Valenciana, vislumbraban el espectáculo. Unos metros a la derecha se encontraba una gradería prácticamente idéntica en la que se situaban los cargos festeros.

Fuera de estas graderías con vista privilegiada, había espectadores de varios lugares de procedencia que quisieron vivir en sus propias carnes las fiestas de Ontinyent. Desde neonatos que en sus primeros meses de vida ya se sumergieron en las fiestas hasta octogenarios que han envejecido con ellas y la han visto cambiar casi radicalmente; desde aquellos que vieron una entrada en la época en la que no existían las comparas mixtas hasta los que acuden por primera vez a la llamada de este acto de indudable interés turístico.

Este es el caso de Félix, un señor de Pamplona, y su esposa María José, que, pese a llevar 35 años en la capital de Navarra, nació en Silla. «Estábamos veraneando en Alicante y vimos un anuncio en la televisión. Nuestra única referencia de fiestas de Moros y Cristianos era Alcoi, y sabemos que es en abril, así que nos sorprendió ver que aquí eran ahora», explicaban ayer. El matrimonio (los dos, miembros fundadores del Centro Valenciano de Pamplona) es un gran enamorado de las fiestas de Moros y Cristianos, y ha invitado en varias ocasiones a comparsas de Alcoi a desfilar por Pamplona.

El caso de Pascual y Rafa, de 74 y 57 años de edad, es totalmente diferente. Mientras que uno vive en Carcaixent, a unos 50 km de Ontinyent y viene «desde que tenía 6 años», el otro ha nacido y ha vivido en Ontinyent «toda la vida». Unos habituales en esta entrada, que aseguran que «era mucho más espectacular cuando se celebraba en el Carrer Major. Era como un campo de fútbol pequeño en el que hay mucho ambiente. La música retumbaba de forma espectacular», concluye el dúo.

Y mientras los hay que recorren poco más de 50 km todos los años para ver la entrada, hay otros que en esta ocasión han viajado más de siete horas en coche para acudir a la cita. Es el caso de Michéle y Maurice, una pareja de un pueblo cercano a Montpellier que se enteró de la existencia de las fiestas de Ontinyent por internet y decidió venir conduciendo. Se hospedan en Bocairent, porque los hoteles de Ontinyent «están a rebosar», según afirman. En un idioma que va a caballo entre el inglés y el francés, la mujer explica que su marido se enamoró de las fiestas de Ontinyent en el momento en que las vio y como dentro de poco es su 75 cumpleaños, ella decidió regalarle un viaje a España para disfrutarlas en primera persona.

Regreso a Ontinyent

Entre los locales, había una pareja que, pese a vivir habitualmente en Valencia, lleva varias décadas sin perderse ninguna edición «si no es por causas de fuerza mayor. Si no venimos a la entrada es como si nos faltase algo», concluye la pareja. «La entrada tiene un grandísimo interés turístico», comenta otra pareja de ontinyentins que este año, por primera vez en mucho tiempo, ve el desfile desde fuera y no como parte del elenco. En contraposición encontramos a Inma y a Andrea, una madre y una hija que por primera vez saldrán juntas en la entrada. La madre, que afronta la séptima edición de este acto como integrante de una comparsa, se muestra orgullosa de que su hija la acompañe en este viaje. «Tenía muy claro que quería que mi hija fuese festera. Con cinco meses ya salió con su padre en la entrada infantil»l, cuenta. La hija confiesa estar un poco nerviosa, ya que se trata de su primera vez. Pero deja ver una sonrisa que ejemplifica la ilusión de formar parte de este acto. Si en algo coinciden todos los asistentes a la Entrada de Ontinyent es en eso. Se trata de un acto marcado por la ilusión. Una tradición de interés turístico, sin duda. Pero mucho más que eso.