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Ellas están ahí

x àtiva, ciudad culta, amante de la literatura. Xàtiva, ciudad organizadora de certámenes literarios de reconocido prestigio. Que no encuentra para formar parte de los eminentes jurados que librarán importantes premios a mujeres con la suficiente talla cultural o artística como para evitar que el listado de integrantes sea absolutamente monocolor, absolutamente masculino. No sólo sucede con la literatura. También con otras actividades, culturales y artísticas, donde suele ser un ejercicio decepcionante comprobar que nunca, y nunca es nunca, aparecen mujeres formando parte de los órganos encargados de la valoración. Como si no existieran, como si no estuvieran cualificadas, como si su opinión no tuviera ningún valor.

A la hora de designar personalidades de reconocido prestigio del ámbito local que aporten con su rigor y cualidades, seriedad y transparencia a cualquier evento es enormemente llamativo, y si me permiten, algo insultante, que las mujeres nunca sean reclamadas, jamás designadas por ese dedo que parece algo despistado, por no decir misógino. Parece mentira, y lo es, que en una ciudad donde el 52% de la población es del sexo femenino, no haya, como hay entre los hombres, mujeres con suficiente nivel en cualquiera de las áreas a valorar, como para ser objeto de este tipo de honores y consideraciones. Más teniendo en cuenta que en la vida cultural de esta ciudad las mujeres son un activo motor que impulsa, organiza, celebra y protagoniza multitud de encuentros e iniciativas. Están ahí, quizás sin ocupar en el escaparate social el puesto que deberían. Por causas de las que sin duda alguna, no son ellas responsables.

Están ahí y solo hay que hacer el esfuerzo de verlas, de ponerles nombres y apellidos, de reconocer sus méritos; de no permitir que sus talentos sean enmascarados, oscurecidos por los de los varones que sin duda, son también expertos acreditados cuya valía nadie puede discutir. Están ahí, pero si no estuvieran, habría que poner los medios para que estuvieran porque una sociedad, una ciudad que no extrae todas las capacidades y posibilidades de la mitad de su población está haciendo un ejercicio de miopía que sin duda irá en su contra. Apostar por la igualdad es algo más que sentidas declaraciones y actos simbólicos. Es cambiar la realidad, transformarla, introducir cambios reales y visibles, contantes y sonantes. En todas las áreas municipales. Sin excepción. Implica por ejemplo, que las ordenanzas fiscales del próximo año, en fase de exposición pública, pendientes de las alegaciones que puedan ser presentadas, incluyan entre quienes se benefician de exenciones y bonificaciones en el uso de instalaciones públicas a las mujeres especialmente vulnerables y necesitadas de protección, como son las víctimas de violencia machista.

Esforzarse el doble

El movimiento se demuestra andando. De los dichos a los hechos, a veces va un trecho tan grande que mientras se recorre, se pierde la memoria y se cuelan urgencias y prioridades que hacen olvidar con enorme facilidad compromisos y promesas. A las mujeres les pasa siempre. Siempre son las primeras sacrificadas en las crisis, las últimas en ver reconocido su esfuerzo. Cuando reclaman, siempre reciben más mordiscos de los habituales, cuando callan son ignoradas sin ningún sentimiento de culpa. Cuando triunfan, su éxito es menos brillante; cuando fracasan, a todos les parecía previsible. Su excelencia siempre es cuestionada y aprenden bien pronto que han de trabajar siempre el doble para conseguir, muchas veces, la mitad. Ya es hora de que las cosas cambien. Desde los pequeños detalles a los actos más revolucionarios. Empezando por buscarlas para que, en pie de igualdad, formen parte de quienes juzgan y puedan dejar así de ser juzgadas.

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