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SALÓN FUSTER, ¿el PRIMER CINE DE XÀTIVA?

h ubo un tiempo en que los cines abundaron en Xàtiva. Hoy se ha de emigrar al desarraigo del centro comercial para ver un largometraje. A principios de siglo, el invento de los hermanos Lumiére hizo furor en la capital de la Costera, y enseguida proliferaron las salas de proyección o salones cinematográficos, como el de Fuster, luego llamado del León; el de Pallás, posteriormente conocido como Salón Setabense; el Círculo Obrero que luego pasó a denominarse como el Gran Teatro, o en épocas más recientes, el de Avenida y Saetabis. Pero nos preguntamos dónde se situó y cuál fue el primer cine de Xàtiva, y por qué desde su origen estuvo asociado tanto al teatro como a las sociedades musicales locales.

Corría el año de 1908, cuando un empresario barcelonés llamado Juan Fuster solicitó licencia al Ayuntamiento de Xàtiva para situar un cinematógrafo en los bajos de la casa del empresario licorero Hilario Botella. Las autoridades municipales dieron luz verde al proyecto, y el señor Fuster obtuvo el permiso para localizar un motor a gas de ocho caballos y una dinamo, y todos los elementos necesarios para poder acomodar personas ante una gran pantalla. Era lo mismo que un teatro pero sin música ni actores. Sólo proyección de imágenes sin audio.

Dos años antes, en 1906, Hilario Botella había salvado el Teatro Principal del derribo, reconvirtiéndolo en su residencia hoy conocida como finca Botella, y que hasta ese momento, clausurado el viejo coliseo, el consistorio utilizaba como almacén municipal en espera de enajenarlo en pública subasta. Así, el degradado teatro quedó convertido en la única finca modernista de la ciudad, con tres plantas residenciales y grandes miradores, decorada con cerámicas verdosas, de motivos vegetales y animales, lo que acentuó sin quererlo el maltrecho estado de conservación de la llamada Puerta del León, que por entonces cerraba la calle, a cuya vera se alzaba la bellísima residencia de nueva planta.

Consecuencia de ello es que el ayuntamiento pensó en derribarlo, siguiendo la necesidad de mejorar las condiciones de ornato y salubridad del tramo, y acabar así con la nula funcionalidad de unas puertas,que ya no tenían sentido ni como oficinas fiscales, ni cordones sanitarios, e integrar la Alameda como el gran paseo de la ciudad, sobre el que fijar los nuevos ensanches de crecimiento de Xàtiva, donde localizar grandes servicios, como el matadero municipal, la plaza de toros o las nuevas viviendas de comerciantes que se deslocalizaban de la plaça del Mercat o del carrer Botigues, en dirección a la por entonces conocida como Avenida de Canalejas.

Y fue de nuevo la generosidad de Hilariet, como cariñosamente se llamaba al dueño de las destilerías Botella, famoso por sus jarabes, anisados y horchatas, el que se ofreciera a costear su desmonte y traslado, para salvarlo de la piqueta destructora, y utilizar el remate de su arco para engalanar la cercana fuente de veinticinco caños, mientras se trasladaba la histórica fuente pegada a la entrada, a un punto bien visible de la Alameda, para que nadie olvidase al león que la coronaba, y que ha sido siempre el gran símbolo de este rincón urbano setabense.

En aquel marco incomparable se abrió el cine Fuster. No sabemos si la inauguración tuvo un impacto semejante al éxito cosechado por los hermanos Lumiére en el Gran Café de París, en los las cercanías de la Navidad de 1895, al conseguir que su cinematógrafo recientemente patentado pudiese proyectar imágenes sobre una pantalla, generando gran impresión entre un público, no acostumbrado a ver fotos en movimiento, como la de una locomotora acercándose al público allí congregado

El cine mudo era aburrido

No tenemos constancia tampoco de qué películas emitió el cine, el caso es que una vez superada la sorpresa inicial, el público se podia aburrir soberanamente, al no tener las películas sonido, y una vez superada la sorpresa inicial, el tedio podía invadir al espectador, y más cuando las películas iban en grandes rollos de escaso metraje que se tenían que cambiar cada pocos minutos. Por tanto, Xàtiva adoptó la misma solución que el Gran Café París, la de asociar el cine mudo al teatro musical. Y así tener el éxito asegurado, y sobre todo, ganarse el favor del público

El cine Fuster intentó luchar contra la falta de sonido, y el molesto cambio de rollo de celuloide, contratando a un locutor, el señor Juárez, para que ilustrara al público sobre el argumento de lo que estaban viendo. Después se acudió a las sociedades musicales locales a la busca de pianistas e instrumentos de cuerda, para que animasen las películas y de paso diesen acompañamiento musical a los artistas de variétés que completasen la oferta, con espectáculos de toda índole pero con especial atención a cantantes o bailarinas de buen ver, que hiciesen de la venta de entradas un negocio rentable, y viniesen a complementar la sosa oferta del cine mudo.

Dos años duró aproximadamente el cine Fuster, hasta que Hilario Botella decidió comprar el cinematógrafo, rescindir el contrato de arrendamiento y convertirse él mismo, tal vez, en el primer empresario cinéfilo-teatral autóctono de la historia de Xàtiva, recuperando así la función del antiguo teatro Principal, que él rebautizaría, como no podía ser de otra forma, con el nombre de cine del León. La prensa de la época le auguró gran prosperidad. «Le deseamos, señor Botella, mucho acierto en el negocio para atraer a su Salón a esa cosa que llaman público, rompecabezas de todos los empresarios». Y bien que lo consiguió, ya que el cine León, el Salón Setabense, el Gran Teatro, o las compañías de las sociedades musicales convirtieron las calles León, Peris y Moncada, la plaza la Bassa o el ex-convento de Sant Domènec en un pequeño broadway socarrat, un emporio de los espectáculos audiovisuales que hoy yace incomprensiblemente en el olvido, y que demuestran que Xàtiva fue también tierra de músicos, actores, empresarios innovadores, y de cines-teatro autóctonos y personalizados, una tradición hoy perdida. Hoy nos tenemos que conformar con películas globales en multicines de centros comerciales, idénticos en todos los rincones del país, por no decir del planeta.

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