Representar a un loco de las dimensiones del emperador Calígula es un reto del que pocos actores pueden salir airosos: hay que sobreactuar „porque todo en Calígula era exceso y sobreactuación„ pero hay que medir el grado de histrionismo del sanguinario césar. Y eso es lo que logra Pablo Derqui en la versión de Calígula dirigida por Mario Gas que pudo verse en el Gran Teatre de Xàtiva, este viernes. Muy buena entrada pero algo lejos del lleno con localidades agotadas que merece una producción de este nivel, sólo vista antes en Sagunt a Escena, el Festival de Mérida o un avance en el Grec y, por tanto, inédita en las principales plazas teatrales españolas, incluidas Madrid, Valencia o Barcelona, adonde va recalar en pocos días.

En esta pieza, con una sobretarima muy inclinada que condiciona a los actores pero con la que el espectador gana, Derqui copa prácticamente todo el tiempo en escena y casi la totalidad del texto. Pero son fundamentales los ocho actores que arropan la acción y que sufren las arbitrariedades del demente; invectivas en las que el protagonista escupe, babea o grita iracundo y enloquecido. Dos de ellos brillan por encima del resto gracias a las dosis de patetismo que les asigna su papel: Pep Molina y Ricardo Moya. Dos insólitos números musicales con La Máscara, por un lado, y Calígula imitando a David Bowie impactan en esta versión, marca Mario Gas. Gran parte del desasosiego que genera este Calígula es que se trata de un loco muy, muy inteligente. Y su insobornable sabiduría hace que temas relativizar su criminal proceder.