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BREVE HISTORIA DE UNA DAMA TRADICIONALISTA

E n los tiempos que corren, las mujeres tradicionales de valores católicos son una especie en vías de extinción. Pero a principios del siglo pasado fueron mayoría y vieron la irrupción del feminismo progresista como un ataque a su dominio del papel social. Se condenaba a la nueva mujer nacida al calor del baile y del charlestón de los felices años veinte. Una mujer de pelo y falda cortos, que fuma, bebe, y no se escandaliza ante nada, lo que era en opinión de los católicos más tradicionalistas, la prueba evidente y triste de los estragos que en la sociedad iban haciendo las corrientes modernas de laicismo que pretendían igualar a la mujer con el hombre, y que le hacían perder las prerrogativas propias de su naturaleza, sexo y condición, en su providencial destino de ser madre y esposa.

Si antes las raras avis eran mujeres feministas como Matilde Ridocci, Paquita Curto, Artemina Botella, o Ana Artigues, hoy lo serían las damas católicas, como aquella María Clodomira Bernabé. Nacida poco tiempo después de la renuncia de Amadeo de Saboya al trono de España, de la proclamación de la República Federal y de las embestidas carlistas de Cucala y Santés, María Clodomira se crió en los valores de la España de la Restauración, de los Alfonso XII y XIII, de la monarquía constitucional de carácter bipartidista, del estado confesional católico, y de las libertades y derechos limitados. Creció en la plaza Españoleto, en el seno de una familia cuyo padre había alcanzado la prosperidad como comerciante de harinas y guano, y siguiendo los valores tradicionales, ella fue educada para casarse con un igual, en el sentido económico, mientras su único hermano estudiaba derecho.

Conoció el derribo de la puerta que cerraba la plaza, la erección de la estatua de Ribera, y la conversión de la Alameda en paseo público. Se identificó con la causa iniciada por el abad de Xàtiva, Jose Pla Ballester, para impulsar una acción social desde la Colegiata, que ayudase a los obreros a dotarse de una fuente de valores que fuese más allá del liberalismo o el socialismo, ideologías cada vez más presentes en la sociedad y que estaban desarrollando un fuerte anticlericalismo que fomentaba el odio a la iglesia.

Así, para contrarrestarlo, el abad más combativo de la historia de Xàtiva fundó sindicatos, cajas de ahorros, las conferencias de San Vicente de Paul, las escuelas dominicales para obreras, los círculos de obreros católicos, semanarios, y el teatro, que fue donde más colaboró Clodomira, organizando cuadros de aficionados. La casa de comedias y posterior cinematógrafo del Españoleto, llegaba para entretener y crear espectáculos dignos y decentes, que no se opusiesen a la moral cristiana, como así ocurriera en opinión de los tradicionalistas, en los salones del León y el Setabense, muy dados a exhibir mujeres ligeras de ropa.

Pero antes cumplió Clodomira con su providencial destino de ser madre y esposa. Casó bien joven en la parroquia de Santa Tecla, con el abogado y fabricante de maderas Vicente Martínez, con quien tuvo dos hijos, y no pudo tener más, ante la súbita muerte de su esposo, del que enviudó con treinta y pocos años, para sin abandonar el caserón de la plaza dedicada al pintor más universal de Xàtiva, vivir con su hermano Fernando, quien asumió las obligaciones como tío, del rol paterno. Ambos desarrollaron un gran activismo a favor de la iglesia y lucharon contra quienes querían convertir España en un estado aconfesional y laico. Ella desde el activismo católico y él desde un ámbito político: llegó a ser alcalde de Xàtiva durante la dictadura de Primo de Rivera.

Amante de la familia extensa e intergeneracional, ejerció Clodomira el apostolado en el hogar y fuera de él. Actuó contra la moral indecente de las costumbres depravadas de la sociedad moderna, promoviendo el respeto a la vida en familia, al cuidado de los hijos, y a velar por su educación cristiana. Fue presidenta de las Ilustres Damas de Nuestra Señora de la Seo, y en tiempos de la proclamación de la Segunda República, fue miembro activo de la Asociación Benéfica de Damas Tradicionalistas, que la convirtió en margarita católica para luchar contra las violetas republicanas, ya que la legislación social defendida por la nueva concepción de España, ofendía los sentimientos religiosos de los católicos con su laicismo y aconfesionalidad de estado, cosa que nunca antes había ocurrido en la historia del país, y no podían entender la ley del divorcio, o cosas como la mujer antepusiese prioridades laborales, a la de ser madre, o fiel esposa y señora de su casa.

Mujer culta, amante del teatro clásico, de las zarzuelas, del ballet, de la poesía y pintura, no se le conoce hasta el momento ningún escrito en defensa de sus ideas, en la prensa conservadora o eclesiástica. Parece que su activismo se centró en la manifestación de la religiosidad a través de la cultura, o de las procesiones del Corpus, Semana Santa, o de actividades diversas relacionadas con el ocio, sin descartar una acción encaminada a revocar vía urnas, lo que se había proclamado en la Segunda República, al conceder el derecho al sufragio a las mujeres. Su guerra se centró en la conquista de conciencias y votos para la causa católica contra los artículos contrarios a los principios cristianos.

Clodomira asumió un papel como tradicionalista, en el que sus deberes como cristiana no acaban en la puerta de los templos, sino que, sobre principios de los derechos de la inmensa minoría de católicos, buscaba forjarlos de espiritualidad para hacer frente a los embates del materialismo de aquellos tiempos en que la iglesia se sentía amenaza por el avance del socialismo científico, que calificaba los esfuerzos por la defensa de los derechos del cristiano, como opio del pueblo, y que consideraba a los confesionarios como secuestradores de la conciencia femenina. Clodomira fue representante por la derecha de una de las batallas sin sangre más apasionadas de la historia, entre dos formas bien diferentes de entender cuál era la función del género femenino en la sociedad moderna, debate que hoy sigue de plena actualidad, aunque sean ahora, las margaritas católicas, una minoría entrada ya en años, y al borde de la extinción.

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