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Corrupción

hace poco fue el día de la lucha contra la corrupción que, como es bien sabido, es una enfermedad tan letal como la peste bubónica, por lo que tiene de traicionera y sibilina, ya que ocasiona pocos síntomas hasta el que el enfermo (léase el país, el ayuntamiento o la comunidad de vecinos) está tan infectado que es imposible su curación. De hecho, fue durante mucho tiempo uno de los problemas más sentidos por la población, según proclamaban las encuestas sociológicas al uso. Pero fue desplazado por temas de banderas y fronteras que ocuparon el prime time y se llevaron por delante cualquier otro conflicto o preocupación, lo que sin duda dio un apreciado respiro a quien ya se veía descubierto, juzgado y condenado por sus trapacerías.

Si haber sufrido la corrupción fuera causa de inmunidad, podríamos celebrar en estas tierras estar libres de ella. Pero al parecer sucede más bien al contrario. Al padecerla, se genera una especie de resignación que aumenta el índice de tolerancia, y se normalizan conductas que de ningún modo deberían ser ni aceptadas ni aceptables. Pensar que es una batalla perdida es el primer paso para perderla efectivamente. Atribuir a todo bicho viviente la cualidad de ser corrupto en potencia, incluido uno mismo, es causa inevitable de que disminuya nuestro empeño en combatirla y hacerla desaparecer.

La corrupción no puede ser naturalizada como una cualidad inherente al ser humano. Pero eso parece, ya que es noticia de amplia difusión, por la sorpresa que causa, el hecho reciente de un operario de la limpieza municipal de Xàtiva que encontró una propiedad ajena en forma de cartera y la devolvió a su legítimo dueño. No debería ser noticia. Igual que no es noticia que un perro no muerda al niño. Pero el hecho es que la corrupción, pegajosa y contagiosa, parece ser patrimonio indeseado de la sociedad y por tanto, menos condenable si iguala con hipócrita ecuanimidad a quien roba folios de la oficina y a quien utiliza el cargo para engordar su cuenta corriente o colocar a cuñados, primos y demás familia.

Hay dos armas muy eficaces contra la corrupción: la transparencia y la participación. Cuando todo se hace de día, con luz y taquígrafos; sin acuerdos de café, ni sobres, sin listas de premios y castigos, es cuando la corrupción se estrella. Porque es como los vampiros, que no soporta la luz. Por eso, en el ámbito municipal es un buen instrumento para luchar contra ella la difusión y publicidad de los acuerdos, sus motivaciones y criterios, etc. Para ello vendría muy bien, por ejemplo, una web del Ayuntamiento de Xàtiva que fuera accesible, eficiente, cómoda, completa... Es decir, completamente diferente de la existente que sigue siendo, como sucedía al principio de la legislatura, un eficaz obstáculo para desanimar, aburrir y cabrear a quien pretenda conocer las decisiones y criterios municipales o para, simplemente, contactar con sus representantes electos.

Otra vacuna preventiva contra la violencia es la participación, porque cuando muchos miran, es más difícil alargar la mano, beneficiar al amigo o hacer la puñeta al adversario. La organización Transparencia Internacional sugiere que es una estrategia de éxito asegurado potenciar la participación ciudadana para disminuir así, de forma significativa, el excesivo poder de los partidos políticos en relación con la ciudadanía.

Y por último. Es una interesante iniciativa la del Consell de la Joventut de Xàtiva: instar a los jóvenes a superar la fase de la crítica destructiva y estéril hacia partidos y sindicatos, para tomarlos al asalto participando en ellos y erradicar sin piedad vicios crónicos aprovechando su altísimo valor instrumental como herramienta de transformación.

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