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Love story

En su nombre se cometen tropelías y crueldades. Se le cita para justificar verdaderos horrores que se ejecutan sin que el pulso tiemble, porque todo está permitido en su nombre. Tantos trágicos destinos escritos siempre en femenino... Ellas mueren a menudo, o son asesinadas, pequeña gran diferencia, porque otros así lo deciden. Ellos, suelen quedar vivos aunque, a veces, algo melancólicos.

Es el amor. El amor romántico, el que todo lo puede. El que convierte a la bestia en bella, a la prostituta en dama, a los celos en prueba de amor en lugar de inequívoca señal de desconfianza. Esa invención que pretende convencernos de su omnipotencia, de su poder para conseguirlo todo, hasta resucitar a quien duerme un sueño letal, véase Blancanieves, con un beso que nadie ha pedido.

Es el amor romántico que nos condena a pasar la vida en busca de una media naranja que será difícil encontrar entre los 7000 millones de personas que pueblan el planeta, a menos que tengamos la enorme suerte de que viva a una distancia que permita el encuentro. El amor romántico, esa patraña que nos venden sobre todo a las mujeres, desde bien jóvenes para condicionar nuestras expectativas de futuro. Que hace de nuestro cuerpo, la tarjeta de presentación que nos permitirá competir en el mercado para alcanzar el premio deseado. Es irrelevante que falsee la realidad, obviando las miserias y conflictos inherentes al ser humano, cuya superación nos hace mejores personas aunque haya que aprender a afrontarlas desde el respeto y la honestidad. El amor romántico idiotiza e incapacita para resolver crisis de convivencia y a veces de supervivencia.

Para el cursi Cupido solo es aceptable un modelo, el de la pareja heterosexual, ambos altos, blancos, sanos, bellos y con blancas dentaduras. La construcción cultural del amor romántico se empeña en hacernos coincidir con ese patrón, con esa ficción que casi nunca existe en la realidad. Igualmente nos impone como condición necesaria para que el amor sea amor, y no un sucedáneo, que sea eterno, que dure para siempre, durante los siglos de los siglos, amén. Como una condena de obligado cumplimiento ante la que no valen indultos, ni renuncias.

Por eso hay mujeres que se aferran con desesperación a relaciones ya finiquitadas que sólo producen dolor y una insoportable sensación de fracaso. En ese concepto casposo y extendido del amor, se sustentan muchas relaciones que no tienen nada de amorosas, sino que se basan en el dominio o la sumisión, sobre todo entre la gente más joven, pero no sólo entre ellos.

Eso no es amor

Esta semana han celebrado el Día de San Valentín, cuyo día exacto era ayer miércoles. No tendría mayor trascendencia, si sólo fuera un evento comercial más para que pastelerías y demás comercios incentivaran el consumo Pero es una grave amenaza cuando se acompaña de toda una avalancha de mensajes letales. En Love Story, la película romántica por excelencia, aunque algo prehistórica, se decía aquello de «Amar es no decir nunca lo siento», lo cual es a todas luces una inmensa estupidez. En Pretty Woman, otro gran exponente, algo más reciente, se consigue que la sonrisa de Julia Roberts y los ojillos de Richard Gere te hagan olvidar la sórdida historia que cuentan sobre una prostituta y su cliente que tiene ciertamente un final feliz, completamente absurdo y diferente del usual.

Hacen falta campañas que afirmen que el amor no es renuncia, ni sacrificio, ni dolor. Que el amor no aprieta, ni asfixia, ni mata porque entonces no lo es. Que a veces huele a flores, pero a veces también a estiércol. Y sobre todo, que el más importante, sin duda alguna, es el amor propio que nos hará dueñas de nuestras vidas.

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