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Un modelo obsoleto de Mancomunitat comarcal

Más allá de las críticas y de los rifirrafes entre el PSPV y Compromís a cuenta de la reciente huelga dominical de la recogida de residuos sólidos, lo que ha puesto en evidencia la llamada "crisis de la basura" es un final de ciclo del actual modelo de la Mancomunitat de Municipis de la Vall d'Albaida. El organismo comarcal empieza a ser víctima de la falta de un auténtico director de orquesta. Llámesele gerente, administrador o como se quiera; alguien que esté día a día al pie del escenario dirigiendo, controlando o innovando. Porque la Mancomunitat no deja de ser una empresa, de servicios para el caso. Y como bien saben los empresarios privados, sin un capitán de barco que marque el rumbo se hace difícil que la nave comarcal llegue a buenos puertos. Porque de haber un director, las deudas y los pagos hubiesen estado más afinados. Y se hubieran ahorrado problemas innecesarios.

Es un debate necesario que el vigente gobierno comarcal viene soslayando. Más preocupados sus componentes en resolver las cuestiones de su "campanar", que no las añadidas de la Vall. Por eso vienen a cuento las opiniones que expresaba en las redes sociales, en los pasados días, ya libre de ataduras partidistas y cargos públicos, el ex portavoz de Compromís en el ayuntamiento ontinyentí Joan Gilabert, quien aboga por «repensar la Mancomunitat» y poniendo el dedo en llagas como: el señalar que «tot continua igual» (un punto de vista compartido en amplios sectores críticos), en que «l'esperit del botànic sembla que no ha passat el túnel» o que «en aquesta legislatura es suposava que les comarques es reforçarien i les mancomunitats també, en detriment de les diputacions».

Otro tipo de renovación

A un año de unas nuevas elecciones municipales, y por tanto de una renovación en la composición del gobierno de la Mancomunitat de Municipis de la Vall, la cuestión no estriba tanto en que dimitan el presidente o el vicepresidente, sino en que los partidos vayan buscando perfiles para que les representen en el seno comarcal, que como condición sine quanum se crean la mancomunidad, así como la posibilidad de ir creciendo y multiplicando los servicios que presta a la comarca. Todo lo demás son bufes de pato.

Este año que queda también va a ser importante en el ser o no ser del Pla de Minimització de Residus de la Vall. El auténtico buque insignia de la Mancomunitat. Sobre todo, después de que los actuales gobernantes se hayan venido desentendido de él, rindiéndolo al todopoderoso COR. Por eso el reciente amago de rescate de la concesión a Recisa huele muy mal. Toda vez que esta empresa es la que está gestionando con el ontinyentí, y director general de Medi Ambient, Fran Quesada, la puesta en marcha, y al completo, de un plan que, hace casi dos décadas, iba a ser modélico en España.

Pero para evolucionar y crecer, la mancomunidad, dado que no tiene poder recaudatorio, precisa nutrirse, aparte de las cuotas de los 34 municipios, con delegaciones y más aportaciones económicas de la obsoleta administración llamada Diputación de Valencia. La cual se autoreivindicaba los pasados días, a través de su presidente, el ontinyentí del PSPV Jorge Rodríguez, y de la vicepresidenta de Compromís, Mª Josep Amigó, quiene se jactaban, si bien cargados de razón, del resultado de una encuesta entre alcaldes y alcaldesas de la provincia, en la que un 92% califican de «objetivo» el reparto de ayudas. Más dudoso resulta el reparto entre las mancomunidades. Recelos que se incrementan ante la opacidad de la presidencia de la Mancomunitat valldalbaidina a facilitar la suma de las aportaciones de la diputación. Y eso que, con motivo de su 30 aniversario, Rodríguez dijo ver las mancomunidades «como eje en la prestación de servicios a los municipios más pequeños» o «instrumento de cohesión y de vertebración».

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