Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Elecciones: ya se nota

de aquí a un año, el 26 de mayo de 2019, se celebrarán elecciones locales y autonómicas y será la hora de la verdad. De la verdad y de las mentirijillas, porque en la guerra por los votos casi todo parece valer y, a veces, la verdad es una de las primeras víctimas. La cita electoral tiene tal relevancia que no sólo tiene secuelas posteriores sino también efectos previos. Uno de esos efectos son las larguísimas campañas electorales que se inician con enorme antelación, con una previsión que ya querríamos tener en este país para otras cosas en las que nadie piensa hasta que el mal es irremediable. Por ejemplo, los incendios forestales, la sequía, o ganar Eurovisión, que son temas que a nadie preocupan hasta que se nos quema el monte o hacemos una vez más el ridículo y nos sentimos todos un poco derrotados.

Con las elecciones eso no pasa. Ni pensarlo. Los ideólogos y pensadores, de todas las formaciones, anticipan movimientos y nombramientos mucho antes de la fecha señalada, intentando evitar la improvisación y los sustos de última hora. No siempre lo consiguen porque hasta en las mejores familias hay sorpresas inesperadas, mientras que en las peores, aunque más acostumbradas, se siguen destapando algunos pufos de última hora. Pero, en general, hay un intenso y riguroso trabajo que prepara mensajes y selecciona personas que sean capaces de persuadir de la valía y buenas intenciones de cada candidatura.

Con las elecciones llega la hora de la rendición de cuentas. Si se está gobernando hay que presentar un balance resultón, y por eso en el último año suelen entrar las prisas y, en el pasado, se solía iniciar una frenética actividad inauguradora y de colocación solemne de primeras piedras que amenazaba con dejar vacías las canteras de las cercanías. Si no se está gobernando hay que hacer lo imposible por convencer de las bondades de un cambio de gobierno, señalando de forma implacable los errores cometidos y obviando olímpicamente los éxitos cosechados por el que gobierna. Son las reglas del juego. Un juego un poco estúpido, porque a nadie habría que juzgar sólo por la escena final de la obra, sino por toda su actuación. Y en cuatro años hay tiempo más que suficiente para demostrar la valía o la incompetencia. Pero si la memoria del pez es escasa, la de los humanos es de risa y por eso es fácil borrar y reescribir de nuevo la historia, como ha quedado sobradamente demostrado en innumerables ocasiones.

Empieza la futurología

Otro efecto previo de la celebración de las elecciones es el capítulo de las previsiones, la futurología. Aparece una inquietante afición a las encuestas, los sondeos y los análisis que anticipan unos resultados que, como todo el mundo sabe, sólo se sabrán un rato después del cierre de las urnas. Pero con todo, en breve empezarán a proliferar anuncios que proclaman victorias y derrotas, elevando el ánimo de algunos mientras que hunden a otros en la miseria. Son también las reglas del juego y son también estúpidas. Ya está más que demostrado que las previsiones electorales no son más que una herramienta para condicionar expectativas de voto, tensar y motivar; desalentar y desencantar. Acertarán o no, pero son pura ingeniería electoral, una herramienta más de utilidad demostrada para inducir las reacciones convenientes. Nos queda un año, que suele hacerse muy largo.Para quienes están en el filo de la navaja, sin saber cuál será su futuro, inermes ante una decisión ajena que nadie puede controlar. Y también para quienes han de elegir y son conscientes de que su voto no es ninguna tontería. Ojala prime la inteligencia colectiva y cada cual haga su parte con sensatez.

Compartir el artículo

stats