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BIBLIOTECA DE FAMILIAS

Guerra en la provincia de Xàtiva

Guerra en la provincia de Xàtiva

La alegría por la proclamación de Xàtiva como cuarta provincia del Reino de Valencia fue bastante efímera. Tras las fiestas de celebración programadas en octubre de 1821, la visita del general Riego en febrero de 1822, y la instalación de los principales servicios de la Diputación Provincial a lo largo del mes de mayo de aquel año en edificios públicos y privados de la ciudad, entre los que podemos destacar: el Palacio de Alarcón, lugar donde se situó la residencia del jefe provincial; el convento de San Agustín, utilizado como templo de Minerva para explicar el derecho de ciudadanía; o la Casa de la Enseñanza, como espacio de gobierno para situar los órganos ejecutivos de la administración provincial, llegó la hora de prestar servicio a lo largo del verano de hace hoy doscientos años.

El calor estival debió acrecentar las disputas, y el arranque del funcionamiento administrativo de la nueva capitalidad se vio perturbado por la violencia. Nada se había aprendido de la guerra del francés. La paz social se vio alterada por las trifulcas protagonizadas por aquellos que gritaban Viva el rey absoluto, y otros que lo preferían constitucional. La monarquía constitucional suponía el nuevo marco legal que el pueblo tenía que acatar tras jurar Fernando VII la Constitución de 1812, la tatarabuela de la actual ley fundamental de España. Pero muchos de sus antiguos vasallos no desearon marchar por la senda constitucional, y empezaron a conspirar contra ésta, pensando que la monarquía había renunciado al absolutismo, por la presión ejercida tras el exitoso pronunciamiento militar del general Riego, tal vez un nuevo José I Bonaparte para muchos de sus detractores.

La Plaça del Mercat se convirtió en referente de la violencia al ser el centro económico y político de Xàtiva. Fue epicentro del enfrentamiento. Hoy convertida en centro de tardeo y ocio nocturno, con reyertas puntuales causadas por la contaminación etílica, pero hace doscientos años fueron originadas por motivaciones políticas, ante la irrupción de una revolución liberal, que muchos setabenses no deseaban. No hubo forma de rotular la Plaça del Mercat con el nombre de la Constitución, al preferir los absolutistas el de Fernando VII. En consecuencia, la placa cerámica rotulada con el cambio de nombre era objeto constante de las iras de los reaccionarios, así como de todos aquellos que se atrevían a lanzar vítores a la Constitución de 1812.

No se aprendió de la Guerra de Independencia, y de nuevo la sangre volvería a correr por las calles, pero a diferencia de antaño, no como consecuencia de la invasión de soldados franceses, sino de reyertas entre vecinos, molestos con aquel sistema económico llamado liberalismo, que acababa con la sociedad feudal y estamental para siempre. Se autodenominaron como realistas, y querían que en España gobernara un rey con poderes absolutos, con primacía de los privilegios de cuna, las organizaciones gremiales, y de una iglesia que tendría tanto poder como el rey, que cobraría diezmos, contaría con sus propios tribunales la Inquisición, y controlaría la enseñanza y el pensamiento.

Los considerados facciosos por el nuevo orden constitucional no le perdonaban a las nuevas élites que hubiesen iniciado el mayor proceso de expropiación forzosa contra la iglesia, y de recorte de privilegios. Los procesos de desamortización y exclaustración de población conventual dejaron a Xàtiva sin frailes ni conventos masculinos, abolía la Inquisición, permitía el progresivo desmantelamiento del fuerte sistema gremial local, ponía fin a los monopolios, a los privilegios de casta, y se intentaba imponer la libertad de comercio absoluta, para abrir negocios y contratar personas. Las rentas feudales eran sustituidas por los contratos de arrendamiento y la propiedad privada, donde la pirámide social ya no se construiría en función de los privilegios de cuna, sino de la capacidad para amasar dinero. El mundo feudal dejaba paso a los inicios de un capitalismo que no mejoraba las condiciones de vida de los antiguos súbditos, ahora ciudadanos.

Llegado al Palau de Alarcón, el jefe político de la provincia, Bartolomeo Amat, intentó llevar la paz a través de bandos leídos por pregoneros públicos, en los que se intentaba apelar a los intereses comunes de todos, para calmar los ánimos. Así, el nuevo marco basado en la monarquía constitucional permitía erigirse a Xàtiva como capital de provincia. Podría de esta forma recuperar el esplendor perdido desde el exterminio del 19 de junio de 1707. Se defendía el texto constitucional como que era respetuoso con la monarquía, con la religión, y que España era una nación de ciudadanos con derechos e igualdad ante la ley, y que con ella Xàtiva volvería a prosperar económicamente atrayendo población, mejorando infraestructuras, y dotando a la urbe de mayor cantidad de servicios públicos.

De poco o nada sirvieron las buenas palabras. La realidad era otra para buena parte de la ciudadanía de la provincia. Muchos hidalgos, labradores arrendatarios, jornaleros, antiguos maestros gremiales o frailes exclaustrados, vieron su modo de vida atacado, y los bolsillos mermados por la llegada del incipiente capitalismo, formando parte de la reacción. No se había hecho didáctica de la revolución liberal, y la política de voceros públicos para explicar las bondades de la monarquía constitucional fueron un absoluto fracaso, al no proponer contraprestaciones económicas para los sectores afectados por la irrupción del liberalismo vía decreto gubernamental.

La presencia de grupos de vecinos cubiertos con mantas y sombreros chambergos, armados de carabinas y gruesos garrotes de todos los tamaños posibles, paseando por todos los rincones urbanos gritando Viva el Rey. Más la formación de partidas guerrilleras que asolaban los caminos de los diferentes pueblos de la provincia, hicieron cambiar las medidas de carácter didáctico, por otras de carácter punitivo. El paternalismo de Bartolomé Amat fue sustituido por la represión, vía multa y encarcelamiento, sin descartar el fusilamiento, si hubiese derramamiento de sangre. En la lenta escalada de violencia, Constitución o Muerte se convirtió en el grito de guerra de los nuevos poderes defensores del liberalismo. Comenzaba así una guerra civil en espera de la llegada de los ejércitos regulares de ambos bandos, que convirtieron a la capital de la Costera en objetivo militar, pero sus autoridades no estuvieron dispuestas a repetir los errores de 1707, y como en la Guerra de Independencia, abrieron las puertas a los invasores, ya fuesen liberales o absolutistas, como iremos rememorando en próximos artículos para conmemorar el bicentenario de la efímera provincia de Xàtiva.

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