Cristina Soler

La intrusa es un musical de creación que inspirado en un relato de Jorge Luis Borges nos narra desde un tono tan sutil como atrevido, tan directo como intrínseco, un trío de pasiones donde es difícil reconocer el límite que los personajes juegan a transgredir.

La historia trata de dos hermanos, Los Coloraos, interpretados por los bailarines Yoshua Cienfuegos y Antonio Muñoz que se enamoran de la misma mujer, Juliana, representada a trío (un buen recurso) por Eloísa M.Azorin, María Arqués y Ana Crouseilles.

Es un drama hilarante, ese es el sinsentido. Recrean situaciones humillantes, destructivas pero desde un prisma esperpéntico. Como la escena final en que matan a la mujer y aparece su cuerpo sin vida colgado de una cuerda mientras los dos hermanos siguen su coreografía de juegos y caprichos.

Si en la obra de Borges la mujer o el sexo tienen una presencia meramente decorativa en este musical se convierten ambos en el hilo conductor de la tragedia. Para ello están las peculiares canciones de Bertolt Brecht que ambientan las escenas confiriéndoles dramatismo, llevan al espectador del antirrealismo a la cruda evidencia en la que los roles de los sexos se ven adulterados e incluso aniquilados en el caso femenino.

La iluminación y la escenografía apoyan y acentúan ese universo poético de movimiento lleno de claroscuros.

Pero toda esta dramaturgia, a diferencia de lo habitual en los musicales, se sostiene en el discurso coreográfico, siendo este superior en calidad, disposición e ingenio al resto de las artes que confluyen en esta sinergia artística.

La música, algo distorsionada, no parece encajar con naturalidad con las letras de las canciones o con el desarrollo de la escena. Y las canciones no terminan de estar afinadas o quizá no sea el registro adecuado para esas voces. Está claro que buscan el efecto de cantante de night club solitario y acabado o de vedette trasnochada pero incluso para ese tipo de canto hace falta buena voz y saber hasta desafinar correctamente, (como Liza Minnelli en Cabaret).

A nivel interpretativo mejora, y la parte coreográfica, como ya he dicho, se lleva la palma. Hay pasos a dos, entre los hermanos, diseñados con elocuencia y bien interpretados. También un paso a tres de los hermanos y Juliana resulta seductor, al igual que el solo que bailó María Arqués con las manzanas.

La danza está bien engranada en el desarrollo de la obra, pasos no excesivamente complicados pero muy bien dibujados conforman una coreografía que podría salvar esta obra multidisciplinar a la que le falta una vuelta.