Alfons Garcia, Valencia

José Rico de Estasen (periodista falangista con una extraña habilidad para tropezarse con momias) fue uno de los principales instauradores del mito del general Francisco Javier Elío (Pamplona, 1767 - Valencia, 1822), el militar absolutista fiel a Fernando VII que gobernó la ciudad entre 1814 y 1820, hasta que el pronunciamiento de Riego y un hábil engaño del conde de Almodóvar acabaron con su reclusión en la Ciudadela, de donde saldría sólo el 4 de septiembre de 1822 para ser ejecutado a garrote vil en el Pla del Reial, junto a la noble avenida a la que hoy da nombre.

"Había nacido un mito para la contrarrevolución", "un mártir de la lealtad y del amor al rey, un auténtico soldado cristiano", afirman las profesoras de la Universitat de València Encarna y Carmen García Monerris en su reciente estudio La nación secuestrada, cuyo contenido adelantó Levante-EMV el pasado jueves y que desvela por primera vez la correspondencia secreta del general desde el presidio valenciano. Las 213 cartas cifradas sacan a la luz "un Elío nuevo", que difiere de la imagen levantada a partir de su Manifiesto y el Apéndice con su semblanza que sus colaboradores divulgaron en 1823 para restituir su honor y, de paso, el de ellos mismos.

Fue también ese año, después de que el rey hubiera sido devuelto al trono tras la intervención extranjera de los Cien Mil Hijos de San Luis, cuando su cuerpo, que yacía en el cementerio para ajusticiados del barranco del Carraixet (próximo a San Miguel de los Reyes), fue trasladado con toda ceremonia al convento de San Agustín y luego a la Catedral. Allí se lo encontró en 1935 Rico de Estasen, cuando entró con un pintor en una de las criptas del trascoro. "Un ataúd descubierto, tendido en el suelo, lleno de polvo y de telarañas, en cuyo interior yacía un cadáver, una momia inquietante y atormentada en quien [É] yo reconocí en el acto al infortunado general". Así lo relataba el periodista en 1940, en el texto panegírico en el que atribuía a Elío todas las virtudes del militar falangista.

Pero las cartas secretas traducidas ahora por las historiadoras García Monerris revelan a otro Elío. "Un individuo que a su aparente debilidad física une una gran agresividad, contenida o explícita. Se muestra ambicioso, nada humilde, tenaz e incansable en sus objetivos [É] El recelo y la desconfianza, incluso hacia sus más allegados, son una constante. Tremendamente obsesivo, hasta alcanzar rasgos patológicos, su tarea en este mundo la concibe y la vive como misión sobrenatural", escriben en La nación secuestrada.

La violencia desmedida, el odio hacia los republicanos ("la peste", en su lenguaje del presidio) y el rechazo hacia los valencianos por asumir mayoritariamente las tesis de la "revolución" liberal y no rebelarse son los rasgos de este nuevo general Elío que llaman más la atención vistos desde el siglo XXI.

Destruir republicanos "no es delito"

"Si hay que batirse o destruir a los republicanos entonces ya no hay que reflexionar, pues jamás eso será delito ni ante Dios ni ante los hombres", escribe en su correspondencia secreta. "Yo, de hombre a hombre, incluso sin armas, no temo a nadie", dice, bravucón, en otro momento. O "yo con cuatro hombres iría con mi espada y no quedaría un solo republicano". ¿Y de Valencia? "No me hable usted de Valencia, porque un pueblo que aguanta que salgan como vocales de Cortes unos hombres llenos de delitos, asesinatos e incluso ladrones, aguantará que les quiten los que tienen de hombres. No hay que esperar nada de ellos, nada", afirma en la carta cifrada 110. Y "estoy contento de que Teresa [un afín] huya de esta cobarde provincia". En otro momento: "Todas las provincias dicen algo, pero Valencia nada; aunque la destruyan los ladrones, nada. ¡No conoce usted a sus paisanos!". "¿Serán tan cobardes los valencianos que escriben como para no reunirse todos los buenos y matar a fuego a todos los pícaros?", se pregunta, hastiado de la inacción contra los liberales (incluida, también, la del rey) que lo mantiene cautivo. Y este es el general Elío que se presenta en la intimidad, en una correspondencia que nunca fue concebida para ser pública. La pregunta que alguien puede hacerse es si merece una avenida en Valencia. Queda ahí.