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Su voz grave, tranquila y de ritmo lento sorprenden en quien es conocido por su estilo caliente en el podio y su exigencia a los músicos. Tanto como la sonrisa con la que responde sólo unas horas antes de debutar esta tarde en el Palau de les Arts.

Anuncia nuevos proyectos en Valencia. ¿Qué grado de colaboración puede alcanzar en el futuro? ¿Tal vez como director asociado o invitado?

No me refiero a mí mismo, sino a una relación entre los dos teatros. Yo tengo una relación muy cordial. Y también he hablado de colaboración sobre compositores. Está muy bien Los troyanos, pero también puede ser Prokofiev, un autor que puede venir muy bien para esta relación. Pienso en El jugador, que no se ha hecho nunca en Valencia y creo que tampoco en España, y es muy interesante. Sólo traer estas dos obras a Valencia ya es importante; da igual si es con la Orquestra de la Comunitat Valenciana o con la del Marinski, importa que se den a conocer.

Hay directores que se sienten incómodos con montajes futuristas y tecnológicos, como el de La Fura. ¿Usted está a gusto?

Me encuentro muy a gusto cuando trabajo con gente creativa. Y La Fura dels Baus es un grupo muy creativo; intenta innovar y hacer cosas distintas. Estamos trabajando conjuntamente, analizamos juntos todos los aspectos, tanto de iluminación como de personajes, porque tengo mucha experiencia en el teatro. El director no sólo ha de dirigir la orquesta. Los periodistas y el público no llegan a saber hasta qué punto es complicado este trabajo de conjuntar todo. Después, en el Marinski, en Rusia, continuaremos trabajando juntos porque es un teatro muy distinto, más tradicional, imperial. El reparto de allí también será de cantantes mucho más jóvenes. Pero no me dan miedo las puestas en escena modernas o, como usted dice, futuristas.

¿Y Berlioz estaría cómodo con esta producción?

Creo que si los cantantes consiguen dar al máximo la expresividad y el dramatismo que buscamos, el público no se fijará en la tecnología. El reto es que los cantantes ofrezcan el máximo de sí mismos. Lo difícil es conseguir ese equilibrio entre vídeo, iluminación y música. El ambiente lo da el vídeo, pero el cantante ha de representar la fuerza de unos grandes personajes históricos. Ha sido una decisión muy importante hacer esta ópera juntos, porque es un proyecto inmenso para cualquier teatro del mundo, no sólo para Valencia.

¿Un director ha de transmitir pasión desde el atril con sus gestos, algo que a usted le define?

El director puede ser frío o caliente, joven o viejo, blanco o negro. No importa. De lo que se trata es de mantener al público interesado. Como decía Berlioz, un cantante o un bailarín puede estropear una parte, pero un director puede arruinar toda una ópera. Y, claro, no queremos vernos en esa situación. Intentamos conseguir un ambiente creativo.

¿El respeto a la música ha sido fundamental a la hora de abordar el proyecto?

El respeto no se puede comprar ni exigir. Lo único que puedes hacer es contar con lo que tienes, centrarte en la música y conseguir que los músicos se centren en ella. Así se consigue el respeto y que haya una energía positiva, pero no se puede planear cómo conseguir ese respeto. Lo olvidamos muchas veces, pero de algún modo el director ha de tener un don para conseguir esto. Para dirigir el tráfico no es necesario un don; para una orquesta, sí. Lo otro no es dirigir.

¿Le seduce un teatro de ópera arquitectónicamente tan singular como el de Valencia? ¿Qué opina de su acústica y sus condiciones?

Espero a mañana [por hoy] para ver la acústica con el público en la sala. Evidentemente, la arquitectura es distinta, pero este es un teatro del siglo XXI. La ópera de Sidney es la imagen más famosa de Australia junto con los canguros. Valencia es el símbolo de que España invierte en cultura y este conjunto de Calatrava es ahora lo que se vende de Valencia en el mundo.

En tiempos de crisis surgen voces que cuestionan las temporadas de ópera por caras y financiadas con dinero público. ¿Usted considera necesario este gasto?

Lo que hay que hacer es analizar qué va a aportar la inversión y, en mi opinión, aporta mucho más de lo que ponemos. En San Petersburgo, mi ciudad, la cultura es algo magnético; la visita un millón de personas al año, pero no van a comer ni a ver el hotel, sino por el Museo del Hermitage y el Marinski, entre otras cosas. Eso indica la importancia de invertir en cultura.