Fue delegado diocesano de Inmigración, miembro del Consell Valencià de Cultura y uno de los sacerdotes que más ha luchado por una Iglesia en valenciano. Cree que debe existir una mayor distancia entre Iglesia y poder político y confía en que monseñor Osoro consiga abrir una nueva etapa.

¿Se reconoce como uno de aquellos sacerdotes a los que se les llamaba "curas rojos" ?

Esto de los colores es como una especie de diagrama que depende del daltonismo de quien mira. Pero hay una cosa que asumo y me califica. Creo que soy un beato de izquierdas. Esa expresión me acomoda más.

¿Y qué le diferencia?

Pues que amo profundamente una serie de prácticas religiosas que tienen un fondo de humanismo antropológico notable, normal y aceptable para cualquier persona que no tiene que forzar la naturaleza humana y que está al cabo de ellas y las utiliza para todo. Estoy distanciado desde hace un tiempo de lo que llamaríamos la clase sacerdotal. Mis ocupaciones se han insertado más en el campo de la cultura y en aquello que se ha dado en llamar identidad nacional, y ahí sí hay pocos colegas.

Creo que lo afirma con cierta tristeza.

En el campo de las preocupaciones nacionales hay un tema que no se ha superado y no sé cuantas generaciones habrá que superar para que sea una realidad diferente. En el seminario a la gente de mi generación se le enseñaba que teníamos que ser un pueblo sacerdotal culto y eso quería decir un pueblo que hablara un castellano perfecto. Era una cultura mesetaria pero que, en definitiva, no respondía a ninguna nota de identidad. Y es curioso que en este momento todavía existan escasísimos templos parroquiales en los que se pueda participar en una misa en valenciano.

¿Por qué hay autonomías en las que la Iglesia tiene un peso de implicación nacional y en la nuestra nunca ha ocurrido?

La respuesta es el mismo caso de la inexistencia de una Biblia en valenciano o de poder oficiar misa en valenciano.

¿Es sólo una cuestión de sensibilidad?

O es que a nadie le ha interesado moverlo. Tiene que ver con la Iglesia pero también con la clase política. Yo hablo de mi experiencia. Le contaré que aquellos a los que en el seminario sorprendían hablando en valenciano se les castigaba porque había que personalizar una manera diferente de ser, pero despersonalizando.

Pero estamos en 2009, los años han pasado y todo sigue igual.

Nuestra sociedad no ha sido exigente y no se lo ha pedido a la Iglesia. Yo lo he intentado pero la Iglesia no ha actuado de profeta, pasando por encima de las escasas exigencias que tenía el pueblo cristiano con respecto a los textos litúrgicos. En una ocasión se sugirió organizar unos cursillos en valenciano para los sacerdotes y sólo se apuntó uno que resultó ser vasco. Los valencianos pasaban de ese tema. Y luego salió una generación que siempre ha sido minoritaria y que ha tenido una influencia fusteriana, de Mossen Espasa o de Vicent Ventura.

¿Diría que se sentían observados?

¡No se pase, sería más que eso! He trabajado en la existencia de la Biblia en valenciano, he sido el que, como siempre, lo gestionó, lo presentó en Roma y luego me vi tremendamente zaherido por el boletín del arzobispado. En él se me calificó de agitador. Me he visto de alguna forma disminuido porque mis posibles influencias en Roma, de cara a conseguir el visto bueno de la Biblia, eran consideradas como subversivas.

¿Y hoy cuál es su reflexión más allá de poder haberse sentirse castigado o perseguido? El castigo es siempre algo sutil, pero forma parte del juego o de saber qué está pasando. Como anécdota le contaré que una vez me eligieron miembro representante del Consejo del Presbiterio. Me llamó el Arzobispo para anunciarme que no podía serlo. No le parecía bien mi presencia pública. No me dio permiso. A las puertas, cuando nos despedíamos, me preguntó si estaba disgustado. Le dije que no porque, probablemente, añadí, si yo hubiera tenido que elegir a un arzobispo tampoco lo habría elegido a él.

¿Sus discrepancias con Agustín García Gasco se agudizaron desde entonces?

Creo que este hombre ha sido uno de los factores negativos que ha tenido la Iglesia valenciana durante los últimos diez años. Pero ya no es una opinión sólo mía. Ha jugado a ser político y ha querido comer del plato del PP. Ha sido militante en contra del valenciano y capaz de bloquear todos los textos de la Academia de la Llengua que estaban listos para salir...No ha ido nunca al entierro de uno de sus sacerdotes. Todos esos detalles, los curas los hemos sufrido mucho.

¿Monseñor Osoro es la esperanza para un sector de la Iglesia valenciana?

En su caso hay una cantidad de incógnitas que todavía no se han desvelado, pero viendo de donde venimos estamos dispuestos a considerarlas y a darle no cien sino muchos más días de confianza. Osoro ha conseguido algunas cosas importantes como una proximidad con los sacerdotes y ha rescatado a Sanus que estaba represaliado.

¿Si tanta política cree que se ha hecho en los últimos años qué ocurrirá en un futuro inmediato?

En la Iglesia hay una tradición. No se trata de inventar nuevas situaciones. Creo que el papel de la Iglesia es ser simplemente esa referencia ética que modere al poder y esté siempre al lado del de abajo. Siempre, y en todo momento. Y que sus palabras tengan como objetivo una sociedad más justa y solidaria.

En los últimos años las vocaciones no crecen, disminuyen los practicantes pero en cambio el protagonismo de ciertos movimientos católicos ganan en protagonismo.

Todo ello viene propiciado porque la institución vaticana cuenta con ellos y lo hace de manera primordial: háblese del Opus, de los Kikos, de los Legionarios de Cristo... Todos ellos tienen una religiosidad poco punzante, de manera que existen perfectamente bien en cualquier dictadura sin ser obstáculo para ella. Son poco sospechosos de cara al Vaticano. En el fondo son la fuerza más visible y numerosa que tiene la Iglesia. Si en este momento el Papa los eliminara de su entorno existiría un vacío. Todos ellos son los encargados de que el Papa venga a Madrid y llenen el Santiago Bernabeu.

También están muy próximos al poder político.

Desde el poder se pueden realizar mejor los idearios que desde la calle. Todos estos grupos tiene su origen es la decepción que se produce después del Concilio Vaticano II. La libertad no siempre tiene un camino deseado por la institución y quedan asuntos que son francamente escandalosos ¿Cómo es posible que se haga santo tan pronto a Escrivá de Balaguer y no a Óscar Romero que murió mártir en el altar celebrando misa a manos de los sicarios? ¿Por qué estas diferencias ? ¿Cómo no se ha hecho todavía santo a Juan XIII? Confieso mi extrañeza.

¿Y si le pregunto por la visita del Benedicto XVI a Valencia y la polémica desatada en torno al coste de su viaje?

Diría que fue una barbaridad porque la visita del Papa no tuvo características catequéticas. El Papa no vino a reforzar la Fe de los cristianos que estamos aquí sino a convertirse en un elemento más de un espectáculo que, seguramente, también es necesario para cualquier pensamiento religioso. Pero ¿por qué no miramos esto o el dinero imprescindible del pueblo valenciano que se destinó a pufos de todo tipo? Todo esto es consecuencia de un mal planteamiento. Todo lo que el Papa es bienvenido como padre de la Fe y para moderar e ilusionarnos, cuando es un elemento más de un gran espectáculo, para mí, este tema deja de ser interesante.

En este momento existe una especie de reivindicación del papel que jugó en su día el cardenal Tarancón. Usted lo conoció bien. Escribió sobre él dos libros, trabajó en un documental sobre su persona, compartió Consell Valencià de Cultura... ¿Qué hubiera cambiado hoy con él ?

Seguramente no hubieran cambiado demasiado las cosas, pero con él si se impidió, por ejemplo, la aparición de una Democracia Cristiana, lo que desde el punto de vista de muchos cristianos es bueno. Con Tarancón se estableció una separación cordial entre poder civil y religioso y, algo mas positivo, una autonomía de la Conferencia Episcopal respecto a Roma. Todo eso son elementos favorables de Tarancón que han pasado a la historia. Como curiosidad, le diré que al cardenal Suquía tardaron cuatro años en aceptarle la dimisión; a García Gasco, tres años y medio y a él se la aceptaron antes de llegar a Roma. Pero no creo que todo hubiera cambiado mucho. Tampoco era un modelo de progresismo, pero sabía dónde estábamos.

¿Habría que ampliar las líneas que separan Iglesia y cualquier Gobierno?

La separación en sí es buena, pero tiene que ser cordial y teniendo siempre presente que la Iglesia debe tener una presencia pública lo suficientemente importante para que sus quejas, sus peticiones y quebrantos sean escuchados. Nada más.

¿Sin pedir la excomunión a todo aquel diputado que vote a favor de la ampliación del aborto?

Es que eso no se puede hacer porque cuando se está votando una ley se hace pensando en que se gobierna para todo el pueblo.

¿Cómo será la Iglesia que nosotros ya no veremos ?

Toda Iglesia tiene sus etapas más gloriosas y de mayor depresión. Pero creo que en un tiempo no muy lejano problemas que hoy observamos se solventarán; como por ejemplo la incorporación de los casados a la vida sacerdotal o el de la mujer. Todo ello provocará una corriente de credibilidad.

¿Cree realmente que sucederá así?

No tengo ninguna duda. Se ha de producir porque es un elemento lógico que comienza a madurar. Algunas de las teologías más activas y que más bien están haciendo a la Iglesia son la teologías feministas. Con la lentitud propia de un pensamiento que no se ha practicado en la actualidad se están abriendo paso otros discursos.