El novelista Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) se enfrentó ayer a un toro de 600 kilos y sin afeitar. El rostro con el que subía al altar (perdón, al estrado) de la antigua iglesia del monasterio de San Miguel de los Reyes lo dice todo (ver foto superior). Estar bragado en promociones y firmas de libros no es comparable a encerrarse con casi 500 estudiantes de Secundaria, parecía estar pensando. Mendoza salió del reto con profesionalidad y flema y no se inmutó ante las intermitentes efervescencias juveniles del grupo. Incluso aceptó al final fotos y autógrafos con profesores y demás audiencia de esta primera sesión de 2010 de los Encuentros con Escritores de la Biblioteca Valenciana.

El autor de Tres vidas de santos -su último libro- no tiene miedo de correr los mismos riesgos que Jaime Gil de Biedma, poeta al que co?noció y con el que comparte conocidos y espacios vitales. "Mi vida daría para una película de un aburrimiento colosal", dice. De todos modos, "cuando me haya muerto, que hagan lo que quieran", apostilla.

Mendoza no ha visto El cónsul de Sodoma -la película del valenciano Sigfrid Monleón sobre la vida de Gil de Biedma- y tampoco muestra muchas ganas: la época y el grupo de los 50, "fantástico, muy atolondrado, con tremendos problemas vitales", da para una reconstrucción fílmica, pero "sospecho que no se ha aprovechado bien", afirma. Poco amigo de los exabruptos, no carga las tintas: "Algunos dicen que no es?tá tan mal."

Ajeno al fenómeno Larsson

El novelista tampoco ha sido arrastrado por el fenómeno Stieg Larsson, pese a que la novela negra ha sido uno de los géneros que ha manoseado y mezclado con otros en sus libros, como buen exponente de eso que alguien llamó la postmoder?nidad literaria. "Cuando empecé estaba de moda. Me parecía el mejor género y me lo sigue pareciendo". ¿Por qué? "Es un esquema que se repite, pero permite llegar más lejos, permite cualquier cosa, y muchos lo elegimos entonces". Luego decayó, "y también mi interés. Y sigo desganado de novela negra. Todos me dicen que la de Larsson está muy bien, pero tengo otras prioridades de lectura". Como los relatos sobre Sherlock Holmes. Aunque tampoco irá a ver la pelícu?la, agrega asqueado de ver al detective ejecutando artes marciales.

Mendoza asegura que nunca se ha presentado a premios, pero no los desprecia desde una torre de marfil. "Es verdad que las editoriales tantean el terreno para asegurarse un nombre conocido, pero no están amañados; ninguna editorial te garantiza el premio". "No excluyo presentarme", sentencia con una sonrisa.

Por ahora no tiene libro en ciernes, porque no sabe si lo que tiene entre manos tendrá esa entidad. Pero sí, sí, escribe. "Siempre estoy escribiendo algo -explica-, no tengo nada que hacer en todo el día, es mi forma de ganarme la vida y lo que da sentido a mi vida."

Otra cosa es buscar porqués: "No escribo libros para que alguien los lea. No sé muy bien por qué escribo. Uno escribe porque quiere construir algo."

Y si miramos a los orígenes, reconoce un ambiente familiar propicio a la lectura, claro que "no había muchas más cosas; no había casi nada [É] Me gustaba escribir, pero también ser torero y otras cosas".

Sus libros y su discurso dejan claro la importancia que da al humor. No como género, dice, sino "como forma de abordar el mundo". "En la vida de todos hay tonterías importantes" y eso es lo suyo.

Ser de Barcelona le ayudó al principio, al tratarse de una ciudad "poco explotada". "Tal vez si fuera de París hubiera sido un escritor mejor, y, si fuera de Haití, ni escritor ni nada".

Recomendación final de crónica: "Hacer la digestión un rato después de leer, hasta que sedimente, no ponerse a ver la televisión de inmediato". "A veces, vienen ideas." Palabra de escritor curtido.