Sigue sin estar de más recordar de vez en cuando que la Capella de Ministrers constituye el máximo referente internacional en cuanto a intérpretes valencianos. En su tierra, es obvio, todavía no se los valora como merecen. Que el suyo fuera el concierto con menor capacidad de convocatoria de toda la temporada de abono del Palau es un hecho que se (nos) califica por sí mismo. Máxime considerando los elevados resultados artísticos obtenidos.

Una de las características de la Capella es la diversidad del repertorio (de la música antigua al barroco, y un poco más allá por ambos extremos) que cubren con una extraordinaria versatilidad. Esta vez le tocó el turno a la obra del romano Emilio de'Cavalieri (1550-1602) de la que, no siéndolo aún ella, toma su nombre, por el lugar en que se estrenó, el género oratorio. Su interpretación no exige un gran virtuosismo si por tal no se entiende el dominio de la ornamentación imaginativa y la ligereza de toque para insuflar vida sutil al, sobre el papel y en comparación con por ejemplo su contemporáneo Monteverdi, plano lenguaje en que Cavalieri hace conversar al cuerpo y el alma, el tiempo, el mundo, el intelecto, etc., sobre el dilema entre el bien y el mal como tema.

De ese otro virtuosismo sí dieron muestra estupenda unos músicos adecuadamente entregados, en cuerpo y alma, a una versión enriquecida por un par de, estos sí, geniales y muy difíciles insertos de Tomás Luis de Victoria. Empezando por un elenco de solistas en el que, sin desmerecer de ninguno de sus compañeros, destacó con deslumbrante luz propia el contratenor vasco Carlos Mena; siguiendo por un coro para muchos nuevo pero ya excelente, y terminando por una orquesta tan buena en su conjunto como por sus solistas, ni una sola fisura se pudo apreciar en la respuesta recibida por la muy experta dirección de Carles Magraner.