o recuerdo mi nombre. Ningún nombre. Pero no importa. Todo lo demás lo recuerdo. Mi vida, cada momento. Incluso con demasiado detalle. Como si estuviera mirando un cuadro, ya acabado, a muy poca distancia". Así da comienzo Piranesi construido: frases cortas y narración en primera persona.

Javier Sarti, autor de La memoria inútil y El estruendo, recibió el pasado mes de octubre el premio de novela Ateneo-Ciudad de Valladolid. Unos meses después, editado por Algaida, ya está en las librerías. También ha publicado Blanca y Viernes y, con No hay más mensajes, logró el Gabriel Miró de Relatos.

Piranesi construido resulta de más fácil lectura que sus anteriores novelas largas, lo cual no significa que estemos ante una historia simple. Su complejidad, y siempre desde mi óptica, viene dada por las contradicciones de sus dos protagonistas, enfrascados en una discusión permanente en la que se encuentran apresados. Dos personajes de paradójicos conceptos, cuya paradoja precisamente permite observar sus raíces estrictamente humanas.

He aquí algunas afirmaciones que pueden permitir al lector valorar el nivel del texto: "É y pensar no es otra cosa que dudar, no debe ser otra cosa si se hace correctamente". "Nadie puede librar a nadie de la soledad, sólo puede compartirse.

Al final, dentro de ti estás irremediablemente solo". "Intenté crear un volumen inerte que sólo contuviera la muerte, conseguir la opacidad absoluta, algo que no dejase entrar la vida ni, por tanto, el dolor ni la muerte".

Giovanni Battista Piranesi (Mogliano Veneto, 1720-Roma, 1778) es un grabador que debe sernos familiar, pues una de sus más importantes colecciones pertenece a la Real Academia de San Carlos y se encuentra en el Museo de Bellas Artes: unas 880 láminas, casi todas obtenidas en el mismo siglo XVIII. Algunas de sus imágenes han inspirado a Sarti.

No os voy a contar el argumento del libro. Eso queda para los críticos que no saben lo que es una critica. "Porque quizá ninguna historia ha sucedido, nadie la cuenta y no hay nadie para escucharla", que es la frase final de la novela. Simplemente os diré que, en las descripciones -sin olvidar que el diálogo sustenta buena parte de la escritura-, evidencia la meticulosidad del autor, persona de mente ordenada que no deja un cabo suelto.

Confieso, finalmente, que su lectura me ha dejado la sensación de haber escuchado una determinada música, quizá el Bolero de Ravel, donde se empieza suavemente, con un instrumento; sigue con la entrada metódica de otras voces, subiendo de tono, hasta concluir con todo el aparato orquestal. Es un ritmo frenético que pocas veces deja tiempo para respirar.