Las óperas Cavalleria rusticana, de Pietro Mascagni, y Pagliacci, de Ruggiero Leoncavallo, suelen emparejarse para formar un popular programa operístico doble que abreviando se suele denominar Cav y Pag. El Vid y Cav que los responsables del Palau de les Arts han tenido ahora la brillante idea de lanzar no cabe considerarla sino una alternativa muy válida por las semejanzas que se pueden encontrar entre sus respectivos argumentos, tan conspicuas por lo menos como son las diferencias entre los tratamientos musicales que reciben. Bienvenida fuera ya si no tuviera otra consecuencia que la de abrirle a la obra de Falla el hueco que, con su corta duración y su excepcionalidad genérica como vanas excusas, tan injustamente se le ha negado en el repertorio de los grandes teatros de ópera.

La producción propia de La vida breve, cuya escenografía y dirección escénica firmaba Giancarlo del Monaco, es sencillamente maravillosa. Dos enormes muros móviles delimitan un espacio de dimensiones cambiantes y permanentemente bañado por una abrasadora luz roja, en el que los sucesos se desarrollan como si fueran una ensoñación de pesadilla en la mente de Salud.

Los movimientos de ésta, que lógicamente nunca abandona la escena, así como los de todos los demás personajes, son siempre de una contundente elocuencia plástica como cuyo mejor exponente tal vez deba citarse la salida de Paco al final del primer acto. La emoción que embargaba el corazón a través de los ojos se vio acompañada por la no menos intensa que penetraba por los oídos.

La soprano chilena Cristina Gallardo-Domâs habría estado igual de formidable como cantante que como actriz de no haber sido por el exceso de vibrato, el único aspecto en que su voz no se ha recuperado del pobre estado en que, por ejemplo, llegó al recital en el Palau de la Música de otoño de 2008.

El tenor Jorge de León y la mezzosoprano María Luisa Corbacho obtuvieron en Falla un triunfo muy merecido y revalidado con creces en Mascagni, donde la soprano rusa Anna Smirnova demostró lo que es un vibrato controlado al servicio de la expresión. De hecho, lo más estimable en Cavalleria fueron la labor de los cantantes y la de Del Monaco, por encima de unos decorados de Johannes Leiacker que no se sabía si remitían a la Antártida o a las cuevas de Paterna.

Casi todos los comprimarios de ambas óperas estuvieron estupendos en una lista que para La vida breve encabezarían el bajo Felipe Bou y la cantaora Esperanza Fernández, y en Cavalleria rusticana el barítono armenio Gevorg Hakobyan. Y tampoco el coro, la orquesta y el director musical se hicieron acreedores a otra cosa que a los elogios más entusiastas.