La escritura marca el origen de las civilizaciones. Tardó muchos siglos hasta quedar bien definida, pero una vez asentada comenzó a dar sus magníficos frutos. Los Iibros transmitieron el saber. En principio su elaboración fue muy lenta: se copiaban a mano. Después, la imprenta hizo más rápida su difusión; pero todavía resultaba demasiado ralentizada, porque había que grabar cada una de sus páginas. Tuvo que llegar Johannes Gutenberg, un orfebre alemán del siglo XV, para que la aplicación de los tipos móviles facilitaran la transmisión con menor pérdida de tiempo, tanto es así que hoy algunos conceden al artesano de Maguncia (Mainz) el titulo de «pionero de la globalización».

El último capítulo de esta sugestiva historia lo estamos viviendo ahora con el desarrollo de Internet (el ordenador insiste en ponerme esta palabreja en mayúscula; también debería hacerlo con el vocablo imprenta, ¿o no?). Estamos llegando a la biblioteca personal, con más tomos que los que debió haber en la famosa Biblioteca de Alejandría y a los que se podrá acceder con sólo indicar la correspondiente referencia, para terminar leyendo el volumen deseado, pagina por página, en una pantalla, cómoda por su tamaño y peso.

Pero, para llegar a este punto, ha sido necesario recorrer un largo camino en el que tuvo lugar el desarrollo de numerosos elementos. Entre éstos, juega un papel de singular importancia el atractivo universo de la tipografía, del que todavía obtienen beneficio los más avanzados programas de nuestros ordenadores, sobre todo los dedicados al diseño gráfico, como el Quarkxpress. Me refiero, fundamentalmente, a las creaciones de los tipos de letra.

Valencia, que cuenta con una cierta importancia en la historia de la utilización de la imprenta —para algo se halla hermanada con la ciudad natal de Gutenberg—, puede estar hoy orgullosa de la existencia de una editorial, Campgràfic, que durante esta década se ha dedicado a recordar —y es deseable que siga haciéndolo—, los nombres y logros de la tipografía. Una tarea especializada que llega al lector muy bien preparada, tanto en fondo como en forma, y cuyo último trabajo es El Signo Alfabético, de Aldo Novarese (1920-1951), en el que el italiano analiza los conocimientos básicos de la construcción del carácter.

Nuevo motivo de felicitación a Campgràfic, cuya labor sólo es reconocida por una inmensa minoría, algo muy de agradecer en esta sociedad que mide éxitos por la repercusión en una mayoría cada vez más ramplona y gregaria.

RAFA.PRATS@telefonica.net