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Un libreto-bodrio como el de Fernández-Shaw multiplica los problemas cuando toca poner al día, escénicamente hablando, la primera ópera de Manuel de Falla. Sin embargo, la producción estrenada el jueves por el Palau de les Arts pone La vida breve en el área visual y conceptual del siglo XXI, más allá de todo casticismo y del intenso "color local" del texto (también, en parte, de la propia música). El proyecto de la intendente, Helga Schmidt, en el recinto futurista de Calatrava consiste en decir la última palabra en la puesta al día del repertorio. Lo consiguió con Wagner y Berlioz y vuelve a ganar la apuesta con Falla. Giancarlo del Monaco ha creado una escena abstracta con bastidores móviles que abren o cercan la acción y cambian las perspectivas. Una iluminación rojo-sangre, intensa y agobiadora, condensa la idea del desvarío pasional de Salud, la protagonista, aquí leída como holograma psicoanalítico de los celos, morbo destructor y obsesión erótica que apela a la muerte como liberación. Sin elementos de atrezzo salvo unas sillas y las enormes aspas de un ventilador cenital, el pintoresco Albaicín del libreto se transforma en un laberinto psíquico que evoluciona implacablemente hacia la tragedia. España roja y negra, España goyesca y también espacio interior de una neurosis sin geografía.

Fundamental interpretación musical de Lorin Maazel con la insuperable Orquestra de la Comunitat Valenciana. La partitura de Falla, ralentizada y adensada, adquiere dramatismo expresionista en el desarrollo del tempo y la puesta en valor de todos los contrastes. Es como la visión problematizada de algo que nos sonaba familiar, pero contiene mucho más, una oculta cara trágica que conjuga hasta el limite la dicción del pesimismo y la angustia sin menoscabo de los bailes, guitarristas y cantaores incrustados en el paisaje del alma.

Y no es menos fundamental la Salud que interpreta Cristina Gallardo-Domas, inmensa de voz y poder en un nuevo paradigma del personaje, tan admirable por la cantabilidad más pura como por el dominio de los acentos dramáticos y el magnetismo de una presencia constante en escena, unas veces carnal, otras fantasmal y siempre extraordinaria en el doble plano musical y actoral. Con la genial artista chilena, nacionalizada española, y de regreso en los escenarios con la voz más bella y plena que nunca, cumplió brillantemente el tenor canario Jorge de León en la breve parte de Paco.

En torno a De León giró la segunda pieza del espectáculo, Cavalleria rusticana, de Mascagni, con otra escena de Giancarlo del Monaco recientemente estrenada en el Real de Madrid. La teoría de volúmenes arquitectónicos blancos y en rampa, como calcinados por el sol y el oscurantismo de Sicilia, con iluminación fija sobre los decorados de Johannes Leiacker, desarrolla una violenta dialéctica con el negro absoluto del vestuario. Tambén priman los parámetros trágicos sobre el pintoresquismo local, con una sola fastidiosa caída en el tópico (la interminable procesión de autoflagelantes, de gusto tan dudoso como el paso de Semana Santa con la cantaora crucificada y dos capuchones,forzados en La vida breve). Jorge de León exhibe su exclusivo color spinto y formidable potencia con pasión y temperamento fuera de medida, que entusiasman tanto como hacen temer problemas si no dosifica sus abrumadoras facultades. Con este triunfador indiscutible, compitió en el éxito la soprano rusa Anna Smirnova, Santuzza rotunda en volumen, extensión y generosidad aunque algo entubada de timbre.

Maazel también redescubre esta música asendereada y directa con el talento creador de los verdaderos maestros. La Orquestra y el Cor de la Comunitat Valenciana, entre los mejores operistas del mundo, hacen posible estos retos de actualización recibidos con ovaciones enormes.