Todavía en el mes en que se cumplía el segundo centenario del nacimiento de Chopin, el pianista chino de veintiocho años de edad Yundi debutó en el Palau con un recital monográfico que abarrotó la sala Rodrigo de un público mayoritariamente joven. Básicamente, a Chopin se lo puede abordar como algo más o como sólo un pretexto para el virtuosismo. En esta ocasión se optó por la segunda alternativa.

Quien en 2000 mereció en el Concurso Chopin de Varsovia un primer premio que llevaba quince años declarándose desierto es, sigue siendo, un formidable pianista. Sin embargo, a algunos al menos el sonido nos pareció demasiado plano como para que, ya en la primera página del programa, el Nocturno op. 9, nº 1, pero también luego en el Op. 27, nº 2, la mano derecha hiciera volar con el suficiente realce la melodía sobre los constantes arpegios trazados por la izquierda. Y tampoco convencieron ni el emborronamiento de la parte indicada Doppio movimento del Op. 15, nº 2, ni, en el Op. 48, nº 1, la aridez de las notas agudas o el tremendismo con que se resolvieron la sección central y la reprise.

En la mazurca del Andante del Op. 22, cada compás fue a un tempo, mientras que el leggierissimo sonó mecánico y, desde luego, no pianissimo. Precisamente la cortedad de la gama dinámica había hecho casi imperceptible el clímax forte fortissimo del Op. 27, nº 2, pero en la sección central de la Gran polonesa brillante tuvo su gracia el aplazamiento en dos compases de un pianissimo que lo fue por su contraste con el desaforado forte precedente.

Las cuatro Mazurcas op. 33 gustaron más porque se aumentó la atención a los matices rítmicos y de intensidad. En la Segunda sonata, los dos primeros movimientos trocaron la épica por el diabolismo, la Marcha fúnebre anticipó el Bdylo de Mussorgsky y el final fue más bien un zumbido que otra cosa. Hubo que esperar a la Polonesa op. 53 para que una mayor variedad en la fuerza de toque hiciera de nuevo remontar el nivel artístico de la ejecución, pero fue la propina la que descubrió por fin dónde seguramente sí provocará este pianista el aplauso unánime. Sólo que Chopin no es Liszt.