Beethoven, Bernstein y Berlioz

palau de les arts reina sofía (valencia)

Dirección: Omer Wellber. Músicos: Orquestra de la Comunitat Valenciana.

Con todas las reservas que impone el hecho de juzgar a partir de una sola actuación, el concierto sinfónico con que Omer Wellber se presentó al frente de la orquesta cuya titularidad asumirá en septiembre de 2011 sustituyendo nada menos que a Lorin Maazel debió de resultar muy decepcionante para quienes lo conocían, entre los cuales cabe suponer que se encuentran los directivos de Les Arts. Los demás nos debatimos entre la sorpresa ante lo visto y oído, y la preocupación por el futuro.

El primer motivo de alarma no lo produjo, por supuesto, la extrema lentitud con que inició el Adagio introductorio de la Leonora III, sino la aceleración provocada por la subdivisión del compás en la formulación del incipit del aria de Florestán (cc. 9-13). La esperanza renació con el arranque del Allegro en tenso pianissimo, pero sólo duró unos veinte compases. A partir de ahí, las páginas de la partitura dejaron de pasar, y obra, orquesta y público quedamos a merced del aspaventoso braceo en que se puede resumir la técnica de dirección de este israelí nacido en 1981.

La Fantástica corrió suerte parecida: una lectura propia de ensayo preliminar, aprovechable para poco más que calibrar la alta calidad técnica de unos instrumentistas que, en por ejemplo el nº 57 de la Marcha al suplicio, no consiguieron evitar algunos mínimos y pasajeros desajustes. ¡Qué menos como respuesta a tanto movimiento superfluo cuando no contraproducente! Y eso que, a medida que avanzaba la ejecución (nunca menor dicho), sobre el podio las fuerzas parecieron ir flaqueando en la misma proporción que aumentaba el uso de la toalla situada junto al atril.

Quedaron en medio unas Danzas sinfónicas de West Side Story más resistentes a la apisonadora que les pasó por encima. Con todo, la deficiente acústica que pese a los parches en forma de paneles sigue teniendo una sala en la que además no sólo se oyen los móviles sino también el teléfono fijo próximo al estrado y la ausencia de tarimas sobre éste propiciaron tumultos sonoros como el que arruinó el Mambo, por sólo citar un caso de los muchos que se dieron a lo largo de la ojalá que olvidable velada.