­

Recela usted de que quienes anuncien el advenimiento de la era digital y la muerte del papel sean justamente los grandes magnates de la cultura impresa.

Da más bien la sensación de que quienes gobiernan los medios convencionales pueden haber tomado últimamente unas decisiones poco acertadas, o pueden haber tenido algunas ocurrencias peligrosas que han llevado a sus negocios a un estado próximo a la quiebra y que han desnaturalizado la función de la cultura impresa, y que ahora intentan disimular ese fracaso echando mano, por una parte, de una supuesta «revolución digital» que hará olvidar los errores del pasado, y, por otra, a la omnipresente crisis. En todo este asunto no hablamos nunca más que de los contenedores en los que vendrán mañana envueltas la información, la literatura o la ciencia, y no de los contenidos de las mismas. Porque supongo que lo importante es que leamos a Proust, a Faulkner o a Cervantes, y no cómo o dónde los leamos; pero seguramente en esto también me equivoco.

Advierte de que la sociedad del conocimiento consiste en dotar a los universitarios de «habilidades neoproletarias».

La expresión «sociedad del conocimiento» es preocupante. Con ese rótulo se designa la extensión social de las tecnologías de la comunicación telemática, bajo la creencia absurda y supersticiosa de que el cambio de medio provocará por arte de magia un aumento del conocimiento; pero no ocurre solamente que quien es ignorante permanecerá ignorante por muchos ordenadores que se le administren, y que ni el cálculo diferencial ni el solfeo se harán milagrosamente más fáciles por culpa de los artilugios digitales, sino también que quien posee una cultura científica o humanista solvente recibirá estas tecnologías como un bendición que facilitará su tarea, mientras que quien carece de esa cultura sólo podrá utilizarlas para cosas como reservar vuelos baratos o descargar más rápidamente pornografía, pero que no podemos confundir eso con el aumento del conocimiento. Conocimiento no es lo mismo que información, e información no es lo mismo que «datos». Para que haya información hacen falta periodistas, y para que haya conocimiento hacen falta especialistas.

¿Qué papel le queda a la Universidad?

Hay un papel para la Universidad en las sociedades herederas de los valores ilustrados, no sólo como templo del saber y lugar público de formación superior de los jóvenes, sino también, como compensadora de los desequilibrios sociales y económicos mediante la igualdad de oportunidades. Puede que algunos políticos hayan decidido que hay que acabar con la Ilustración y con todas las instituciones que encarnaron esos valores. Puede incluso que la sociedad legitime ese programa, aunque lo dudo mucho. Si es así, yo pido que se diga claramente, en lugar de disfrazar el desmantelamiento de estas instituciones hablando de una revolución pedagógica que nos colocará en los puestos de cabeza del «ranking» internacional del conocimiento basura, o conocimiento rápido, o de una adaptación meteórica a las nuevas tecnologías. No estoy satisfecho con la actual Universidad, pero la reforma que necesita no es la de los tecnócratas que quieren proceder a su privatización moral.

Aunque le pese a Bob Dylan, para usted los tiempos no están cambiando.

Cuando escucho decir que estamos en un cambio de era, que todo lo que hemos aprendido y heredado ya no nos servirá, o que «tenemos que cambiar el chip», me da la impresión de que se trata de mantenernos entumecidos por el miedo para que abandonemos sin resistencia conquistas que llevaron mucho tiempo y esfuerzo.