La Filarmónica lleva varios cursos de estupenda programación. El de 2009-2010 se cerró con una orquesta y un director a la altura de las circunstancias.

No lo estuvieron, en cambio, los miembros del Trío Kubelik, protagonistas del Triple de Beethoven. He aquí un concierto cuyos tres movimientos comienzan con intervenciones del violonchelo solista, tanto por timbre como por musicalidad precisamente el flanco más débil del grupo. Además, en los unísonos con el violín quedaba fácilmente tapado. Globalmente, las intenciones se adivinaron superiores a unos resultados efectivos que sólo esporádicamente (en el segundo episodio del Rondó conclusivo, por ejemplo) cumplieron las expectativas.

Éstas eran grandes como consecuencia de la obertura de Fidelio (la opus 72b) con que había comenzado la velada. No todos los ataques salieron ajustados (sobre todo al comienzo) y la fiabilidad de las trompas no siempre fue absoluta (así en el arranque de la coda). En conjunto, sin embargo, la versión rozó lo deslumbrante por el brío con que se tradujo el mensaje de heroísmo humanista, así como por la transparencia de la relación entre los planos sonoros.

Y aún nos aguardaba una gran interpretación de la Primera de Chaikovski. Su subtítulo, Sueños de invierno, que no se refiere a un invierno climático sino anímico, se explicó en sonidos sin dejar de poner de relieve los momentos de esta sinfonía en que los sueños se alimentan de recuerdos o imaginaciones felices. Desechada la depresión como punto de vista exclusivo, el sueco Ola Rudner, su actual titular, supo manejar esta magnífica orquesta para cargar de tensión pasajes tan a menudo dejados en la sombra como, entre otros muchos, el que precede al primer tutti en la coda de la exposición del primer movimiento, o dotar de encantadora gracia mendelssohniana a un Scherzo de reprise gestionada con toda naturalidad. Incluso las matizaciones dinámicas que por su cuenta agregó el oboe a su solo en el comienzo del movimiento lento parecieron genuinas.