Festival del Mediterrani

palau de les arts

«Iberia», de Albéniz. Doce pianistas. 2 y 3 de junio

Una Iberia con sus doce números repartidos entre otros tantos pianistas radicados en la Comunitat Valenciana ha celebrado en Les Arts no el centenario del fallecimiento sino el 150º aniversario del nacimiento de Issac Albéniz (1860-1909). Justo Romero, dramaturgo de la casa y especialista en el compositor, introdujo con verbo ameno en la obra, en la historia de su interpretación y en cada una de sus páginas.

El fraseo maduro de Antonio Galera llenó Almería de claroscuros logrados con riguroso control de agógicas y volúmenes, paladeo sin amaneramiento de la copla e inteligente, es decir, sensible uso del pedal.

De Ricardo Descalzo gustó el equilibrio entre las fuerzas de las dos manos que hizo audibles todas las notas de Málaga. Xavier insufló sentido incluso narrativo a la Rondeña con juiciosa rítmica, rica tímbrica y amplias dinámicas. El jovencísimo (19 años) Pablo Martínez admiró con una Evocación delicadísima. Carles Marín no estuvo tan expansivo como permite Eritaña, pero sí coherente en el planteamiento y nítido en la ejecución.

El exceso de opulencia en la mano izquierda mermó la claridad de la digitación en un Albaicín cuya copla Jordi Nogués tampoco acertó a frasear con la deseable flexibilidad. Carlos Apellániz anduvo muy cerca de cumplir con todas las formidables exigencias mecánicas de Lavapiés.

La combinación de una pulsación muy dura con un exceso de rubato hizo que El Puerto de Rubén Sánchez resultara insustancial. El Jerez de Ricardo Casero fue tan correcto en lo técnico como falto del alma en lo expresivo. Triana demanda un brillo sonoro y una gracia rítmica superiores a las que pudo conseguir Juan Lago. En El Corpus, Claudio Carbó aplicó una paleta demasiado seca, los primeros rataplanes salieron desiguales, lo mismo los calderones en la saeta, y ni en el primer clímax ni en la segunda tarara se oyeron todas las notas menudas. Este pianista sustituyó a última hora a un indispuesto Jorge Jiménez en un Polo a medio montar (tuvo que usar partitura), áspero en los timbres y con la rítmica a tropezones. Suya fue además la propina final, Navarra, donde exhibió bastante más seguridad.