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as entidades bancarias se fusionan, aunque sea en frío; teatros públicos, organismos y museos aprovechan el fondo de armario para aguantar el tirón de la recesión y afrontar una próxima temporada, que será de rebajas; las administraciones se miran los agujeros en el bolsillo pero Valencia aún mantiene dos festivales de cine que, como se descuiden, hasta se van a solapar en sus fechas.

Hace tiempo hubo un intento de acercamiento para buscar una salida a este hecho que, si no resulta en cierta medida contradictorio, sí es innecesario desde el punto de vista económico. Y por muchos motivos. En primer lugar, porque ni la Mostra ni Cinema Jove son dos festivales cuyas salas se abarroten de aficionados en cada una de sus sesiones y, en segundo lugar, porque ambos festivales mueven sus respectivas infraestructuras y, por tanto, duplican costes. Cerca de tres millones de euros suman sus presupuestos.

Desnaturalizada la Mostra y convertida en un festival de cine de acción y aventuras o premiando, como hizo en su última edición, a una generación de jóvenes actores ¿qué necesidad económica existe para dilapidar tanto dinero en dos citas de una semana de duración que bien podrían confluir en una única que aporte lo mejor de cada una de ellas?

No se trata de eliminar sin más sino de aunar esfuerzos, ajustar economías y, sobre todo, ofrecer una propuesta recia y capaz de ilusionar a un nuevo espectador que es el que ahora se busca. Si el problema es de diálogo político-la Mostra es municipal y Cinema Jove de de la Generalitat-para algo ambas instituciones son del mismo partido; si se trata de egos, no están los tiempos para vanidades. Abrir un proceso de racionalización comienza a ser necesario. Todos los números así lo reclaman y debería ser cuanto antes. Barberá y Miró tienen una responsabilidad.