La redención, en Wagner, equivale a aniquilación: Kundry es redimida de la misma manera en que la Gestapo puede afirmar haber redimido a los judíos". Estas muy críticas palabras de Theodor W. Adorno encontraron acomodo en el pensamiento mientras se oía esta magnífica versión concertante del segundo acto de Parsifal. En concreto, teniendo en cuenta el enfoque interpretativo de la figura en torno al cual gira el argumento de la obra en esta fase, Kundry.

Para encarnarla volvió a la Iturbi Waltraud Meier, que revalidó con creces el gran triunfo obtenido hace tres años como Isolda (Tristán, también segundo acto). Sobre la base de un perfecto estado de forma vocal, esta cantante alemana que muchas veces hace dudar sobre su tesitura (¿una mezzosoprano con agudos o una soprano con graves?) admiró sobre todo por la variable combinación de lo tierno y lo demoníaco con que fue definiendo un personaje en consecuencia más rico y dramáticamente convincente a cada frase.

Aun sin un apoyo escénico que habría permitido ahondar en la disquisición sobre si se trata de un mensaje cristiano o budista, la impresión de mujer (el eterno femenino) con destino marcado por los intereses y conflictos de los hombres (¿el eterno masculino?) fue consecuencia no sólo de la prodigiosa actuación de Meier, sino de la flexibilidad con que Yaron Traub dosificó intensidades y tempi al frente de una orquesta perfectamente capacitada y preparada para responder a todos los matices solicitados. La precisa sensibilidad con que Javier Eguillor leyó el redoble final de timbal, piano-forte-piano no fue sino la última, mínima pero significativa muestra de la exquisitez con que hasta ahí se produjeron él y todos sus compañeros.

Primero el barítono Roman Trekel, luego el tenor Simon O'Neill dieron réplica a Meier con pareja extraordinaria brillantez técnica y expresiva. Y como buena fueron también las contribuciones de las chicas de la Coral Catedralicia y sus solistas, apenas cupo pedir más.